Quizás nadie imaginó que aquellos primeros acordes con sabor a azúcar que despabilaron las noches del poblado de Tuinucú cosecharían tan larga historia.
Las horas nocturnas, pesadas por las intensas jornadas en el central, se desvanecían intentándole “arrancar” a la marímbula, el tres, la guitarra, el bongó y las maracas el ritmo del son, muy de moda por la década del 20 del pasado siglo. Así, a fuerza de empeño y consagración, un grupo de hombres sin formación musical dio vida al Septeto Espirituano, joya legendaria de nuestro acervo melódico.
Y aunque no pocas personas han hecho alusión a que desde 1924 ya el entusiasta grupo de cañeros amenizaba su entorno con el sonido de los rústicos instrumentos, no fue hasta dos años después, el 10 de junio, que entraron por la puerta ancha del panorama cultural del territorio, al ofrecer su primer baile público en la urbe espirituana, según refiere Juan Ángel Hernández Acosta, actual director de la agrupación.
“La historia recoge que los Hermanos Bernal, junto a Valeriano García, apostaron por el proyecto que impuso una nueva variante con el llamado son capetillo, que era un poco más lento, y tenía mucha aceptación dentro del pueblo; pasado un tiempo, incorporó a su formato las trompetas”, explica.
Pero el nacimiento de este septeto no constituyó un suceso casual, ya que, además del reconocimiento social al son, en predios yayaberos se apostó por distinguir ese género con una particularidad muy propia del ritmo oriental.
Ese estilo —refiere el máximo líder del legendario grupo— integró su repertorio, junto al bolero son, el son tradicional y el afro son, líneas melódicas que se han mantenido durante los 90 años de vida.
“La autenticidad en lo que hacían, encauzada por el Septeto habanero, el primero de su tipo en el país, en 1920, catapultó al grupo y ha logrado que hoy se mantenga con una salud impresionante”, dice quien también asume la dirección de la Banda Municipal de Música de Sancti Spíritus.
Las primeras generaciones de la agrupación provenían del mundo aficionado. Sus integrantes alternaban el escenario con otros oficios. No fue hasta la década de los 80 del siglo XX que la agrupación se profesionalizó y, tras la llegada al territorio de sus primeros egresados de las escuelas de arte, se nutrió de sus conocimientos.
“Desde hace un tiempo se han incorporado artistas con una preparación académica u otro tipo de formación, ya sea de nivel elemental. Pero jamás hemos olvidado el legado de los padres del grupo. Por ello, he apostado por desempolvar muchísimas páginas de las melodías que, aunque buscan un repertorio auténtico, respetan las orquestaciones de su génesis”, acota.
Uno de los pasajes cumbres dentro de los 90 años del Septeto Espirituano resultó la grabación de su primer fonograma, en 1986. El disco de acetato recogió sus obras más emblemáticas, entre ellas El Chévere, melodía que distingue el ritmo de ese formato musical en el centro de la isla.
Pasado ese momento clímax para cualquier proyecto artístico, el grupo ha sido víctima del dilema que en predios yayaberos viven tantos músicos, ya que nunca más una disquera ha fijado en él sus oídos.
En el 2011, el sello Producciones Colibrí apostó por la producción de un CD que recogiera el quehacer de los septetos Espirituano y Juvenil. De esa forma, armonías contemporáneas representarían lo más genuino de la tradición trovadoresca de por estos lares. Pero otra vez el infortunio de los músicos del patio desafinó la propuesta ya que aún los artistas y el público esperan por el tan anhelado producto.
Ante tanta quietud fonográfica, Juan Ángel Hernández Acosta se pregunta una y otra vez qué sucede que ni tan siquiera uno de los exponentes más longevos de la música yayabera recibe el beneficio de una publicación.
“Está como solicitud por el agasajo de este aniversario, pero dependemos de la Empresa de la Música y los Espectáculos, la cual es la encargada de gestionar y representar todo lo que se refiere a nosotros. El interés, la música y el repertorio por nuestra parte siempre han estado”, reflexiona.
A pesar de esa inexplicable situación, los músicos no han dejado de presentarse e incorporar temas hechos por compositores del patio, como defensa a ultranza de la tradición.
“Canciones de Hermes Rodríguez, Juan Echemendía, Antonio Sosa y otras compuestas por mí pueden ser disfrutadas los primeros domingos de cada mes en nuestro espacio habitual en la sede del Comité Provincial de la Uneac en Sancti Spíritus. Ese se ha convertido en nuestro mejor escenario, pues logramos un diálogo intimista con quienes se llegan hasta allí”, se refiere quien llegó en el 2006 al septeto como bajista y luego recibió el encargo de manos de Reinaldo Castillo, el único sobreviviente de la segunda generación del grupo, la dirección musical; sin duda, una responsabilidad para titanes, sobre todo, en tiempos en que no pocas personas prefieren tendencias más contemporáneas.
No obstante, él y el resto de sus músicos apuestan en cada entrega mantener vivos los 90 años de una historia, nacida a fuerza de constancia en aquellas jornadas adornadas con chismosas y un auténtico ritmo.
Tomado de: http://www.escambray.cu/2016/septeto-espirituano-una-joya-de-90-anos/