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Incógnitas de La Bayamesa: el himno según Perucho Figueredo

Por: Pedro de Jesús, narrador y ensayista. Premio Alejo Carpentier.

Tomado de: Escambray digital

La evolución textual del Himno de Bayamo plantea no pocas interrogantes: ¿eran octavas o cuartetas? ¿Por qué se perciben diferencias en las sucesivas versiones? ¿Cuál es, en definitiva, la letra oficial de La Bayamesa?

Incógnitas de La Bayamesa: el himno al pie de la letra

En su edición especial del 27 de diciembre de 1983 la Gaceta Oficial de la República de Cuba hace pública la Ley 42 de ese año, De los Símbolos Patrios, a la que se anexa una representación músico-verbal del himno, es decir, una partitura para voz y piano, donde, como es obvio, no se distingue ni la división versal ni la estructura estrófica de la composición.

Lo primero no acarrea muchas dificultades: se sabe dónde empieza y termina cada uno de los ocho versos que cantamos. Pero lo segundo es harina de otro costal.

La mayoría de las reproducciones de la letra del himno —incluso del siglo XIX— lo asientan en cuartetos o estrofas de cuatro líneas versales. Contrario a lo que se observa en el autógrafo de Perucho. Aunque este documento es, también, una partitura para voz y piano, y, en consecuencia, tampoco refleja la agrupación estrófica de los versos de marras, el patricio bayamés copió fuera, al pie del pentagrama, los dieciséis restantes con que la pieza fue concebida originalmente.

Estos versos se distribuyen en octavas, justo el nombre que emplea Fernando Figueredo Socarrás —sobrino de Perucho— antes de presentar los versos iniciales en el número 16 de Patria y luego en otras publicaciones decimonónicas: “En seguida Pedro Figueredo rasga una hoja de su cartera, y cruzando su pierna sobre el cuello del indómito corcel, escribe la siguiente octava”.

En octavas —entendidas como estrofas unitarias de ocho versos— fueron escritos varios himnos de José María Heredia (La estrella de Cuba, Himno al sol, Himno en honor del general Victoria, Himno del desterrado, etc.); la marcha patriótica cuya música, a mediados del siglo XIX, ideó Narciso López Frías para las incursiones bélicas dirigidas por su padre a suelo cubano; composiciones poéticas de la guerra del 68, como Marcha de Manzanillo, de Carlos Manuel de Céspedes, y el Himno del expedicionario, de Ramón Roa, además de los himnos nacionales de varios países latinoamericanos —México, Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay, Ecuador, Perú, Bolivia—, anteriores al cubano.

Quiere esto decir que la distribución de los versos de nuestro himno nacional en un molde estrófico de ocho versos no es fortuita o caprichosa. Expresa la inserción intencionada en una tradición discursiva donde convergen prácticas y convenciones artísticas, específicamente poéticas y musicales, asociadas a las luchas cubanas y latinoamericanas por la independencia. Ignorar esa tradición, disgregando la letra en cuartetos, nos hace víctimas de incultura, o sea, desmemoria.

Por otra parte, en la letra inscrita en la partitura anexa a la ley se opta por la mayúscula de relevancia para el gentilicio “bayameses”.

Así lo escribió Perucho y, si se revisa la segunda estrofa, externa al pentagrama del autógrafo, se encontrarán otros dos gentilicios con grafía inicial mayúscula: iberos y cubano. Acaso sea este un uso característico de la escritura de Figueredo, que diverge del asentado para la lengua española de la época, comprendida la cubana. En declive casi absoluto a fines del XIX y desautorizado por las normas ortográficas contemporáneas, no tiene razón de ser en la representación oficial del himno. Si no bastaran los anteriores elementos de juicio, añádase que en tanto símbolo de la nación, La bayamesa o Himno de Bayamo interpela a todos los cubanos y resulta ilógico que se jerarquice gráficamente un gentilicio de alcance referencial tan específico.

Asimismo, mientras el sustantivo patria se escribe con minúscula inicial en el segundo verso, aparece con mayúscula en el cuarto.

Tanto el autógrafo como las partituras del himno que difundió Patria, el órgano revolucionario martiano, registraron ese sustantivo con inicial minúscula, mientras que las representaciones exclusivamente verbales del periódico, es decir, las publicadas en verso, eligieron mayúscula. Sin embargo —y esto es fundamental— ninguno entrecruzó ambos usos. Que la versión promovida por el texto de la Gaceta… —la que tiene, en definitiva, fuerza legal— alterne incoherentemente mayúscula y minúscula para el mismo sustantivo constituye un yerro (mayúsculo, por cierto).

Entre las razones que han motivado, y motivan, la asunción de la mayúscula de relevancia, la Ortografía de la lengua española recoge la estima a ciertos términos “sagrados o dignos de especial veneración por razones religiosas o ideológicas”. Aunque se recomiende evitarla o, al menos, “restringir al máximo su empleo”, tratándose de que nuestro himno es un texto de alto contenido patriótico, no resulta censurable en el sustantivo patria. Pero si se opta por ella, debe mantenerse en ambas realizaciones del vocablo.

Otras peculiaridades de la representación legal de la letra del himno que interesa analizar se relacionan con su puntuación.

En las primeras cuatro líneas encontramos un par de enunciados imperativos (Al combate, corred, Bayameses; No temáis una muerte gloriosa), sucedidos por sendas expresiones declarativas que se les subordinan (que la patria os contempla orgullosa; que morir por la Patria es vivir).

A las oraciones del segundo y cuarto versos, encabezadas por la conjunción que, se les llama causales explicativas, en virtud de que con ellas se argumenta la razón de lo expresado en las respectivas que les anteceden. Parafraseándolas: primero, se conmina a los bayameses a correr al combate, y se les intenta persuadir de que es la actitud correcta, porque la patria, orgullosa de ellos, los contempla, esperando que lo hagan; segundo, se les pide que no teman la muerte, porque quienes entregan su vida en aras de la patria alcanzan la gloria, es decir, vida eterna en la memoria de los hombres.

Según las normas ortográficas vigentes, las causales explicativas precisan aislarse mediante comas. Es lo que, por fortuna, se constata en el anexo legal al cierre del primer verso, tras la palabra bayameses. No se toma, sin embargo, igual decisión al final del tercero, a seguidas de gloriosa, posición en la cual también, como queda dicho, debe colocarse el signo.

Las líneas quinta y sexta son, sin lugar a dudas, las más complejas del texto, y, en consecuencia, a muchas personas se les hace difícil comprenderlas de manera cabal, sobre todo porque los vocablos que las integran no se organizan según las pautas sintácticas percibidas como naturales: no decimos, como en el himno, En cadenas vivir, sino vivir en cadenas; y, en vez de vivir en afrenta y oprobio sumido, diríamos vivir sumido en afrenta y oprobio.

Partitura con la letra oficial, en el folleto de Pueblo y Educación, 2002

Partitura del Himno de Bayamo, cuya historia aún desvela a investigadores de la Isla.

A su vez, ambas expresiones se unen a través de un verbo: es. En esta singularísima estructura oracional —cuya intríngulis lingüística no es posible clarificar enteramente en estas páginas— el primer segmento (en cadenas vivir) funciona como sujeto; y el segundo (es vivir en afrenta y oprobio sumido) constituye el predicado o atributo.

Fijémonos: en el quinto verso se acomoda el sujeto (en cadenas vivir) y una parte del predicado (es vivir), el cual termina de escribirse en la línea siguiente (en afrenta y oprobio sumido). Este desajuste entre la medida del verso y la integridad de la sintaxis oracional —llamado, en lenguaje retórico, encabalgamiento— es otro de los elementos perturbadores de la comprensión.

De seguro se preguntarán, lectores, a qué viene esta “descarga” de gramática y retórica. Pues a que en la letra del anexo a la Ley 42/1983, cuando se escribe el quinto verso, se separa el sujeto del predicado mediante coma: En cadenas vivir, es vivirEste uso superfluo de la coma, presente en la mayoría de las representaciones verbales del himno —antiguas y contemporáneas— es inveterado en múltiples contextos de nuestro idioma y aún hoy goza de plena vigencia, sobre todo cuando los sujetos son extensos o poseen cierta complejidad. Sin embargo, las normas ortográficas lo proscriben, incluso en tales casos.

Este sucinto análisis prueba la necesidad de revisar la representación oficial de la letra del himno, no solo ajustándola a las normas del sistema ortográfico de la lengua española, sino, además, a la tradición discursiva de la pieza. Pero hasta tanto se acometa esa empresa, la letra con respaldo jurídico —aun con sus pifias— es la única que debería difundirse. De las numerosas representaciones posteriores a la promulgación de la ley que he podido revisar, ninguna es fiel a ella por completo. La que más se le parece es la incluida en Educación Cívica, libro de enseñanza para el quinto grado. Pero, con todo, no es idéntica.

Muchos de ustedes se preguntarán: ¿y dónde podemos consultar el número especial de la Gaceta en el que aparece el anexo a la Ley 42 de 1983? La respuesta es desalentadora: imposible en bibliotecas públicas o sitios digitales. Después de mucho indagar, me la topé en el mismísimo Ministerio de Justicia. Según referencias, el Centro de Información para la Defensa del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y la Editora Política publicaron en 1999 sendas ediciones de un folleto que reproduce la partitura del anexo. Quizás se hayan puesto en circulación otros semejantes en años anteriores. Recomiendo la que, bajo el título Ley de los Símbolos Nacionales y su Reglamento. Ley No. 42. Decreto No. 143, la Editorial Pueblo y Educación imprimió en 2002. Al menos en la Biblioteca Pública de Fomento está, y doy fe de que es escrupulosamente idéntica a la del anexo oficial.

Incógnitas de La Bayamesa: el enigma de la fecha

La obra de Perucho Figueredo aún reserva no pocas interrogantes. ¿Cuándo comenzó a considerarse nuestro himno nacional? ¿En qué cuerpo legal quedó refrendado por primera vez? Escambray inicia una serie de trabajos sobre la marcha que identifica a Cuba

Un año atrás aludimos en estas páginas a la polémica histórica sobre la fecha de gestación de la letra y la música de La bayamesa, marcha patriótica que desde el mismo siglo XIX era conocida, también, por los nombres de Himno de Bayamo o Himno bayamés.

Otras fechas poco precisas relacionadas con la composición apenas han suscitado, sin embargo, el interés de los historiadores. ¿Cuándo, exactamente, los cubanos alcanzaron el consenso de que debía considerársele nuestro himno nacional? Y una vez conseguido el acuerdo, ¿cuándo se le instituyó, legalmente, en cuanto tal?

Se sabe que, al menos en los tiempos de Patria —el órgano de prensa fundado por Martí en la Nueva York de 1892—, ya era asumido como símbolo: “En seguida más de cien niños de la iglesia congregacionalista cantaron magistralmente el himno nacional cubano acompañados por la orquesta”, reza en la descripción de una velada de los independentistas de Tampa en 1893.

La primera edición masiva del himno —100 000 ejemplares— se realizó en diciembre de 1900, a instancias del superintendente de escuelas de Cuba. La publicación de la letra se acompañó de una carta, que se repartió en los centros educativos, en la cual se hacía constar el propósito de que “el primer día de este nuevo siglo (…) en todas partes de la isla se escuche el Himno Nacional”.1

Sin embargo —inexplicablemente—, apenas unos meses después, la Carta Magna de la futura república no le refrendó esa condición. Ello no fue óbice para que el Himno de Bayamo se escuchara en la ceremonia organizada para la firma del trascendental documento, el 21 de febrero de 1901, así como en el acto por el traspaso de poderes de Leonard Wood a Estrada Palma, el 20 de mayo de 1902, en el Palacio de los Capitanes Generales.

Según el historiador José Antonio Pérez Martínez, el himno “tiene carácter oficial desde que el presidente Tomás Estrada Palma hizo que así fuera circulado por el extranjero, y a la vez aceptó que las bandas militares y civiles lo ejecutaran en las ceremonias y en todos los actos públicos”.2

Según el historiador José Antonio Pérez Martínez, el himno “tiene carácter oficial desde que el presidente Tomás Estrada Palma hizo que así fuera circulado por el extranjero, y a la vez aceptó que las bandas militares y civiles lo ejecutaran en las ceremonias y en todos los actos públicos”.2

Aunque se echa de menos la existencia de un documento jurídico y una fecha exacta, es de suponer que la refrendación, ciertamente, aconteció en esos años, quizás por decreto ejecutivo, estimando, sobre todo, que tiempo después, el 28 de abril de 1906, se promulgó en la Gaceta Oficial de la República el Decreto 154, aprobado cuatro días antes, “que regulaba la forma y el uso oficial del himno, el escudo, la bandera y los sellos de la nación”.3 Hubo de esperarse varios decenios para que, en 1940, se le acreditara como símbolo de la nación en un texto constitucional.

Aclarada, más o menos, la segunda de las interrogantes, intentemos responder la primera.

Oscar Loyola afirma que las notas de La bayamesa, luego de cantadas públicamente el 20 de octubre de 1868, “presidieron todos los actos del movimiento independentista”.4 Enrique Gay-Calbó sostuvo parecido criterio: “(…) los cubanos lo sabían y lo cantaban, y sus músicos militares lo tocaban en toda ocasión. Vivía en el pueblo la melodía que se hizo inmortal con el sacrificio de los patriotas y resonó invencible en los campos de batalla, tan representativa de la patria como la bandera”.5

Resulta muy extraño, sin embargo, que un patriota como Fernando Figueredo Socarrás —protagonista de la toma de Bayamo, combatiente de la primera guerra y divulgador incansable de la pieza del tío— no la mencionara en ninguna de las conferencias que sobre la contienda impartió en Cayo Hueso entre 1882 y 1885. Ni siquiera cuando narra actos solemnes, como los juramentos de Cisneros, Spotorno o Estrada Palma al asumir, sucesivamente, la presidencia de la República en Armas. Tampoco la refiere en su relato de los festejos celebrados en Bijarú, 1876, por el octavo aniversario de iniciada la guerra.6

En contraste, son varias las ocasiones en que habla de la presencia del Himno de Las Villas entre el mambisado. En febrero de 1874, cuando cunde la noticia de la decisión de invadir el territorio de Las Villas: “Debido al entusiasmo que dominaba a todos, se rogó al dulce poeta villareño El Hijo del Damují, que improvisara con ocasión del suceso, y a poco corría de mano en mano, en cuartillas de papel, y luego quedó grabado en la memoria de todos, el hermoso himno (…) que fue desde aquel momento el canto de guerra y que bien o mal, solo o en coro, era cantado a toda hora”.

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La Plaza del Himno, en Bayamo, es un símbolo de cubanía.

Asimismo, cuenta que en diciembre de 1875, “después de haber ocupado a Pedernales presentábamos nuestra hermosa bandera a las puertas de Holguín (…) La charanga de la Brigada de Holguín lanzaba al aire sus armoniosos acordes, amenizando la escena con el popular himno de las Villas”. Entonces —continúa el relato— hace una arenga Tomás Estrada Palma para convencer “de la necesidad de reforzar con fuerzas orientales a los hermanos que peleaban en las Villas. Las tropas acogieron con entusiasmo extraordinario las palabras del Secretario de Estado, y allí, al compás del himno invasor de las Villas (…) se selló el compromiso”.7

Por otra parte, aun cuando en la década de los 90 Patria ofrece abundantes pruebas del arraigo que La bayamesa tenía en las celebraciones de los clubes de emigrados en los Estados Unidos, sorprende que Martí, consciente del valor de los símbolos para la consecución de la unidad entre los cubanos, aunque reprodujo varias veces su letra y música en el periódico, no la presentara como himno nacional, ni en sus breves palabras sobre la composición en el número 16 ni en las encomiásticas que le tributa después, en el prólogo a Los poetas de la guerra.

Tampoco la reconoció así ninguno de los textos constitucionales de la República en Armas (Guáimaro, Jimaguayú, La Yaya) ni la literatura de campaña más difundida sobre la Guerra de los Diez Años.

Lo cierto es que en documentos sobre la Guerra del 95 ya aparece el Himno de Bayamo ligado a la vida en la manigua.

Si al hecho de que el primer documento donde se identifica a La bayamesa como himno nacional es la partitura apócrifa impresa en Nassau en 1873, sumamos la sospecha de que el arraigado regionalismo que hizo fracasar la primera gesta libertaria habría impedido el reconocimiento del himno de Perucho como símbolo de toda la nación (a semejanza de lo sucedido con la bandera del alzamiento de La Demajagua entre los delegados a la Asamblea de Guáimaro), cabría pensar que la idea provino de ciertos sectores de los revolucionarios emigrados (¿orientales y/o bayameses?), y que tal opinión fue generalizándose poco a poco después de 1878, mientras crecían los afanes y se multiplicaban los esfuerzos para romper otra vez las hostilidades contra España.

Lo cierto es que en documentos sobre la Guerra del 95 ya aparece el Himno de Bayamo ligado a la vida en la manigua. Narra Bernabé Boza en su diario que al encontrarse Maceo y Gómez el 29 de noviembre de 1895, después de cruzar la trocha de Júcaro a Morón, se pronuncian discursos y vivas. Añade: “Todo el tiempo que duró este acto, la banda de música que pertenece al cuartel general del lugarteniente tocaba el himno de Perucho Figueredo”. Luego, el 5 de enero de 1896, describe la entrada del contingente invasor en Alquízar: “La banda de música del cuartel general del lugarteniente recorrió las calles del pueblo tocando el himno bayamés y la marcha de la bandera”.8

Referencias encontradas en las memorias de Manuel Piedra Martel (1943) y José Isabel Herrera, Mangoché (1948), apoyan la idea de que, al menos en el campo insurrecto cubano, La bayamesa adquirió verdadera fuerza simbólica como expresión de la nación solo en los años 90.

Referencias encontradas en las memorias de Manuel Piedra Martel (1943) y José Isabel Herrera, Mangoché (1948), apoyan la idea de que, al menos en el campo insurrecto cubano, La bayamesa adquirió verdadera fuerza simbólica como expresión de la nación solo en los años 90. Escribió Piedra Martel: “El teniente coronel Montalvo me hizo colocar en una improvisada camilla, enviándome al hospital de sangre (…) Al cruzar mi camilla de herido por la Loma del Cura, el general Rabí, que ahora comandaba aquella posición, ordenó que por la banda se me hiciera el homenaje del Himno Nacional. ¡Cuánto fortalecieron mi espíritu sus marciales notas!”.9

Ha de considerarse, no obstante, que ambos relatos fueron escritos y publicados durante la República, con posterioridad a la oficialización de la marcha de Figueredo como himno nacional. Más fiables que las memorias y de mayor fuerza probatoria serían las menciones que pudiesen aparecer en los diarios de la Guerra del 95.

Habrá que seguir buscando. Por lo pronto, la interrogante sigue en pie.

Bibliografía

[1] V. M. Iglesias: Las metáforas del cambio en la vida cotidiana: Cuba 1898-1902, Ediciones Unión, La Habana, 2010, p. 195.

2 J. A. Pérez Martínez: «El Himno Nacional de la República de Cuba», Caliban (revista digital), mayo-junio, La Habana, 2015.

3 M. Iglesias: ob. cit., p. 106.

4 E. Torres-Cuevas y O. Loyola: Historia de Cuba. 1492-1898. Formación y Liberación de la Nación, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2001, p. 237.

5 E. Gay-Calbó: Las banderas, el escudo y el himno de Cuba, Sociedad Colombista Panamericana, La Habana, 1956, p. 31.

6 V. F. Figueredo Socarrás: La revolución de Yara, 18681878, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2000, pp. 13-18, 105, 124-125 y 146.

7 Ibídem, pp. 35, 119-120.

8 Bernabé Boza: Mi diario de la guerra, t. I, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001, pp. 50, 113.

9 Manuel Piedra Martel: Mis primeros treinta años, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001, p. 453.

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