Por: MSc. José Echemendía Gallego
Como seguidor consecuente del pensamiento martiano «tengo fe en el mejoramiento humano»…(1), y comparto también la frase de otro gran pensador y político de nuestra patria: “Todo tiempo futuro tiene que ser mejor” (2); ambas ideas forman parte, sin duda alguna, del caudal ideológico, progresista y humanista de nuestra nación.
Con la llegada de los barbudos a La Habana en enero del 1959 fueron barridas –con más o menos prisa- lacras sociales, males y comportamientos burgueses que lastraban la dignidad humana: la prostitución, el juego, la discriminación en sus más disímiles formas, el desempleo, el analfabetismo, el trabajo infantil, la insalubridad, entre otras; y el gobierno revolucionario con todos los sueños y las utopías comenzó –junto al pueblo- a rehacer el complejo entramado social desde una perspectiva de justicia, inclusión, igualdad de oportunidades y derechos; quebrando prejuicios sociales, creando confianza y sembrando en el pueblo la idea cierta de la esperanza y el optimismo.
Por más de tres décadas la presencia, cada vez más sólida y ordenada, de políticas, planes y proyectos; junto a la colaboración de un campo socialista fuerte y fraternal fue contribuyendo a la edificación de una sociedad nueva, en la que valores como la honestidad, la honradez, la solidaridad, el patriotismo, la laboriosidad, el compromiso, la responsabilidad y el internacionalismo eran protagonistas de una práctica social marcada por el deseo de servir, ayudar, ser útil; por un altruismo que llegaba al punto de entregar con determinación y valor hasta la vida.
Pero las leyes de la existencia misma y de la historia -que no podemos olvidar nunca- hicieron su trabajo, el carácter cíclico de los acontecimientos nos devolvió en los noventa a un mundo unipolar, sin el campo socialista y sin la Unión Soviética; y nos puso en la disyuntiva de claudicar y el riesgo real de perecer, y como otras veces en la historia patria, asumimos el riesgo de perecer, no obstante aquí estamos todavía, no sin pagar un alto precio que como el mejor usurero nos cobra vivir el día a día.
Los apremios y necesidades a las que fuimos –y somos- sometidos como resultado; primero, de un bloqueo brutal, despiadado y genocida que ya dura más de 54 años; y luego por la situación descrita en el párrafo anterior, condujeron a la dirección de la Revolución a la toma de decisiones y medidas que no habían sido tenidas en cuenta en otros tiempos por considerarlas (con acierto, en mi opinión) como ajenas al socialismo; baste recordar la legalización de la circulación del dólar, luego la presencia de otra moneda, el mercado libre agropecuario, la pequeña propiedad privada, entre otras; a esto se sumó una influencia creciente de la cultura occidental, particularmente la norteamericana, por medio de los materiales audiovisuales, la música, la imagen de los artistas y los deportistas profesionales, la moda, etc.; también la nada despreciable cantidad de cubanos y cubanas que hoy comparten experiencias por diferentes latitudes del mundo por muy diversas razones, y por tanto viviendo experiencias capitalistas; han producido un renacer –en la mayoría de los casos – de aquellas lacras purgadas de nuestra sociedad, y el nacimiento de otras no menos dañinas y detestables, aunque no lo parezcan.
Es bastante frecuente en la actualidad la asimilación, por parte de los más jóvenes, de costumbres, tradiciones o prácticas sociales foráneas (de nuevo el Norte revuelto y brutal que nos desprecia (3) como el caso de “las piyamadas”, fiestas de halloween, fiesta house, etc.; la copia o reproducción nociva de estilos y estéticas ajenas a nuestra cultura en los medios de difusión masiva (programas, estilos de conducción de estos, formas de vestir de los artistas); el retorno de modos de actuación y prácticas nocivas en el mundo laboral que habían sido borradas con el triunfo de la Revolución (la venta de plazas y puestos de trabajo, la coima, las famosas “botellas” de la seudorrepública, la corrupción). Cuando en enero de 1998 el Papa Juan Pablo II expresó: «Que Cuba se abra al mundo con todas sus magníficas posibilidades, y que el mundo se abra a Cuba» (4), no creo que se refiriera a lo peor que puede mostrarnos el mundo.
La banalización del empleo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, mayoritariamente “útiles” para el chisme de farándula, para escuchar música (no siempre la mejor), para ver materiales audiovisuales de muy dudosa calidad, o para juegos bastante alejados de lo didáctico y aleccionador, y sí muy cercanos a la violencia; en lugar de ponerlas en función del enriquecimiento cultural y científico.
También el avance –aparentemente indetenible- de un modo de vida consumista, donde el precepto capitalista del “tanto tienes, tanto vales” está cada vez más presente; el plagio y el fraude, las manifestaciones de corrupción cada vez más difundidas y extendidas; así como los espacios ganados en la sociedad por la doble moral, con una expresión cada vez más evidente del “haz lo que yo digo, y no lo que yo hago”.
Con dolor y pesar asumo que esas manifestaciones son parte de nuestra realidad social de hoy, y no debemos confundirnos, ¡no podemos confundirnos!; enfrentarlas, combatirlas y desterrarlas es responsabilidad de todos, pero es en primer lugar deber y obligación de la familia, en la historia de Cuba abundan las familias que hicieron honor a la dignidad y al servicio a la patria: la de los Maceo, los Agramonte y Loynaz del Castillo, los Sánchez Valdivia, los Vitier, los Castro Ruz; entre muchas otras. Gestos extraordinarios como el de Leonor Pérez, cuando en vísperas de separarse de su hijo, le lleva un anillo hecho del eslabón de la cadena del grillete que llevó en presidio, y en ese anillo, grabado el nombre de CUBA; y es en las siempre sabias palabras de nuestro Héroe Nacional, donde encontraremos la útil y nutriente sabia para la reflexión: “Son las familias como las raíces de los pueblos; y quien funda una, y da a la patria hijos útiles, tiene, al caer en el último sueño de la tierra, derecho a que se recuerde su nombre con respeto y cariño” (5).
El mayor reto que tenemos hoy es la construcción de un país en el que el hombre y sus esperanzas continúen siendo el centro de atención y la prioridad principal, el imperio ha modificado las tácticas, pero su estrategia continúa siendo la misma: apoderarse de Cuba, no es paranoia, ni delirio; lo ha confesado el propio presidente Obama en diferentes momentos desde el 17 de diciembre de 2014; por tanto es cada vez más importante tener como premisa y bandera en nuestro diario proceder la idea expresada por nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la clausura del V Congreso de la UNEAC, en medio de las más ingentes necesidades de la crisis iniciada en los años 90 del pasado siglo: “La cultura es lo primero que hay que salvar: la cultura es espada y escudo de la nación” (6); veintitrés años después seguimos de pie y en combate, con esa espada y ese escudo.
Referencias
1. José Martí. Prólogo al poemario Ismaelillo. La Habana: Editorial Pueblo y Educación. Segunda edición, 1996 38 p.
2. Julio A. Mella. Primer Congreso Nacional de Estudiantes, 1923
3. José Martí. Carta inconclusa a Manuel Mercado, 18 de mayo de 1895.
4. Juan Pablo II. Palabras pronunciadas a su llegada a Cuba, 21 de enero de 1998
5. José Martí. “Justo pésame”. Patria, Nueva York, 21 de febrero de 1894, Tomo 28, p. 317.
6. Fidel Castro Ruz. Discurso clausura del V Congreso de la UNEAC. 23 de noviembre de 1993
Está claro que el mayor reto que tenemos hoy es la construcción de un país en el que el hombre y sus esperanzas continúen siendo el centro de atención y la prioridad principal, el imperio ha modificado las tácticas, pero su estrategia continúa siendo la misma: apoderarse de Cuba.
“La cultura es lo primero que hay que salvar: la cultura es espada y escudo de la nación”. Fidel
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