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Nuevos acosos para nuevos tiempos

Tomado de Vanguardia digital. Por: Liena maría Nieves

Para vivir en un mundo de extremismos hay que estar preparados. La vuelta de las manecillas de la sociedad resulta hoy tan radical, que la noción del ser civilizados implica, de hecho, todo lo contrario. Y las evidencias están ahí, a un paso nomás: niñas de seis años agobiadas por la anorexia; juegos online que incitan al suicidio; padres que se declaran en bancarrota emocional ante un hijo adolescente; homofóbicos, racistas y adoradores del Palón Divino.

Así vamos; no obstante, siempre queda la posibilidad de que, por voluntad propia, nos compliquemos un poco más la existencia.

El sexo y la tecnología viven su luna de miel desde hace mucho. Lucro y atracción están garantizados en una maquinaria dual que, solo por concepto de venta de sex toys y difusión de metrajes  pornográficos, se embolsilla anualmente más de 4000 millones de dólares.  Sin embargo, aun cuando el asunto impresiona a escala macro, su versión «subterránea» esclaviza, en silencio, a más personas de las que podríamos imaginar.

Con el término anglosajón sexting —resultante de la unión de las palabras sex (sexo) y texting (envío de mensajes de texto a través del teléfono móvil) —, se ha dado a conocer uno de los fenómenos universales en el siglo de la hípercomunicación. Se trata, por tanto, del envío de videos e imágenes con contenido sexual, mas no a la antigua usanza de compartir los secretillos obscenos de los famosos, develados en algún sitio de Internet. El sexting va a por el flirteo más íntimo y descarnado, pues las «estrellas» en cuestión son adolescentes y jóvenes que se filman y fotografían por el simple hecho de vincularse con otros.

La confianza, en ciertos casos, está sobrevalorada.

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Pero no todos piensan lo mismo. Yadira, de 16 años, se sabe enamorada hasta la médula, y un sentimiento así se idolatra en grande.

«Una tiene que estar convencida de su pareja, y ese es mi caso. Me he hecho algunas fotos eróticas para regalárselas en nuestros aniversarios, pero nunca desnuda, sino con ropa interior y en poses sexis. La primera vez que lo hice él se quedó impactado por mi gesto,  y por eso he continuado, ya que no veo nada de malo en que pueda verme siempre que se le ocurra».

¿Y tú tienes alguna foto suya, quiero decir, de ese mismo tipo?

Es que no es igual. Mi mamá, a veces, llama por mi móvil, y si se encuentra una cosa así me mata. Pero él es hombre, y yo sé que ellos copian en sus celulares fotos y hasta películas. No quiero que vea a otras mujeres si me tiene a mí. Además, son cosas de pareja de las que nadie se tiene que enterar.

Nadie. Es contradictorio, pero los «nadies» y los «jamases» resultan extremadamente vulnerables y fáciles de omitir. Y sobre la convicción ciega de los pocos años, ¡qué decir! Que lo cuenten las víctimas y sus «daños colaterales».

Lo llamaremos Raúl. Hace tres años rompió todo vínculo con la mujer que más ha querido. No podía tolerar lo que le estaba pasando, pero aún hoy se pregunta cómo pudo ser su vida.

«La conocí luego de que regresó de un viaje al extranjero y nos enamoramos como dos adolescentes. Mientras estuvo fuera de Cuba, mantuvo el vínculo con su antiguo novio porque llevaban juntos varios años, pero la distancia enfrió la relación y todo terminó, aparentemente, en buenos términos. A los seis meses nos alquilamos y ya estábamos hablando de tener un bebé. Entonces sucedió.

«Un amigo de toda la vida me llamó una tarde a su casa. Me dijo que necesitaba hablarme. Llegué y tenía la computadora encendida. Al principio no la reconocí porque tenía el pelo más oscuro, pero cuando la miré de nuevo pensé que se me partía el corazón. Aparecía en más de 30 fotos, desnuda en todas. Un socio de mi amigo se las había pasado por Zapya.

«Para ella fue peor que para mí. Me explicó que se las envió a su ex novio por correo cuando estaba en el extranjero. Sabrá Dios si lo hizo por celos o por rabia, pero ese hombre logró destruirnos. Me parecía que todo el mundo sabía, que la habían visto, y me puse hostil y agresivo. No soporté el no tener control sobre la situación. Ella, incluso, dejó el trabajo, porque allá también se regaron las fotos.

«Perdí a la mujer de mi vida. Perdí la confianza. Perdí el respeto que me tenían. La gente puede hacer mucho daño, y lo que más duele es saber que lo que hoy te mata, ayer lo hiciste por amor».

En la ciberconfianza está el peligro

El estudio online «Sexting, una amenaza desconocida», reveló en 2012 que el 40% de los usuarios de Internet en América Latina practican esta tendencia de forma habitual. Para el 2016, la cifra ascendía al 72% de los internautas de la región.

En México, más de cuatro millones de niños y adolescentes han enviado, a través de teléfonos celulares, mensajes con contenido sexual que los involucra. La Alianza por la Seguridad en Internet, con sede en la nación azteca —considerada a nivel continental como la más afectada por el sexting— reportó 12 meses atrás que el 36,7% de los niños y jóvenes de entre seis y 19 años de edad, conocen a alguien (por regla familiares y amigos cercanos), que ha difundido fotos suyas, de desnudos y semidesnudos, a través de la red.

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(Foto tomada de Internet)

«El sexting constituye una amenaza latente porque empieza como diversión, pero puede terminar en una situación grave, que se salga de control y produzca consecuencias físicas y psicológicas. Los peligros a los cuales quedan expuestos los niños y jóvenes que practican el sexting, pueden ir desde acoso cibernético, extorsión, chantaje y hasta pornografía infantil», alerta Ximena Puente de la Mora, presidenta del Instituto Nacional de Transparencia de México.

O sea, más claro, ¡ni el agua! Sin embargo, los cubanos continuamos pensando que nuestra condición de isleños «desconectados» nos inmuniza contra nosotros mismos. Una década atrás, quizás. Hoy, sostenerse sobre ese criterio resulta extremadamente infantil.

Antes de los telepuntos, las zonas wifi, las tablets, laptops y celulares, siempre hubo un disco floppy, un CD o una memoria flash en los que «cargar» la parte de la realidad no tratada ni en los periódicos ni en la televisión: páginas  de Internet con chismes sobre artistas, noticias de todos los matices, hallazgos desagradables…

Otra lectora que prefirió el anonimato comparte su versión sobre una historia de sexting en la que, nuevamente, las mujeres cargamos la cruz.

«En más de 30 años de trabajo como docente nunca me había ocurrido algo así, pero para todo hay una primera vez. Recuerdo especialmente a aquella muchacha. Se sentaba sola en el fondo del aula. Pensé que sería demasiado tímida y por eso no me preocupé. Después comenzaron los cuchicheos y veía a los demás alumnos reuniéndose en grupitos, mientras se pasaban los teléfonos.

«Luego me llamaron a la dirección para informarme que en la escuela estaba circulando un video de una de mis alumnas, teniendo relaciones sexuales. Supe de inmediato de quién se trataba y fui a hablarle. Esas cosas no se olvidan, porque lloraba con una tristeza honda. Me explicó que su esposo los había grabado con el celular de ella para tener un recuerdo íntimo, pero que a los dos o tres meses fueron a la playa y le robaron el bolso donde llevaba todos sus documentos y el teléfono. Menos de una semana después, el video se compartía en teléfonos y memorias.

«Tuvo que recibir tratamiento psiquiátrico y el padre dejó de hablarle. Era una estudiante maravillosa, pero la sociedad es dura con las mujeres, aún cuando no hayamos cometido ningún error. No duró mucho más en la escuela. Antes de terminar el semestre pidió la baja y se fue».

En España, siete de cada diez víctimas de ciberbullying —burlas en Internet— son muchachas de entre 13 y 17 años de edad. El acoso sexual, sin embargo, no inicia de manera casual, sino a partir del momento en que las jóvenes acceden con mayor facilidad a la tecnología y a las redes sociales, lo cual coincide con el inicio de las relaciones e intereses amorosos. Es decir, la práctica del sexting derriba los muros de la privacidad en busca de aceptación y reconocimiento romántico, pero amplifica lo peor de la perversidad humana.

Atrapados

Mark Zuckerberg, creador y CEO de Facebook, anunció recientemente que la comunidad de la más famosa de las redes sociales supera la cifra de 2000 millones de miembros, con un índice de conexión diaria del 71% del total. Y Facebook, ¡que nadie lo dude!, se ha convertido en el Olimpo del narcicismo y el camposanto de la privacidad.

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(Foto tomada de Internet)

En ese mundo virtual donde compartimos lo que pensamos, lo que comemos y a dónde vamos, la batalla está perdida antes de lanzar la primera piedra. Es más, la tecnología nos ha embaucado de tal manera, que nos creemos dueños de lo que publicamos. Con la «mesa» servida y menos discretos por día, los delitos cibernéticos se vuelven cada vez más sofisticados e invasivos.

El grooming o «engatusamiento», en su traducción castellana, constituye una modalidad de extorsión y abuso de menores de edad a través de Internet, definido, además, como acoso sexual virtual. El groomer crea falsas identidades para acercarse a niños y adolescentes—puede hacerse pasar por un/una joven que busca su amistad— y, más tarde, comenzará a chantajearlos o a amenazarlos con hacerles daño si no les envían imágenes sexuales explícitas.

¡Y cuántas veces tomamos la peor decisión!, o nos desentendemos del instinto básico de supervivencia para salirnos con la nuestra y abrirle las piernas al mundo. Sin embargo, más allá de la irresponsabilidad personal, resulta imperdonable que alguien usurpe la intimidad ajena.

Muchos de nuestros peores problemas son totalmente inevitables y como tal nos resignamos. A otros, no obstante, los dejamos entrar como si nada y les entregamos las llaves de nuestro futuro.

Réquiem

La muerte de Micaela Aldana Ortega, una niña argentina de 12 años, conmocionó al mundo en mayo de 2016. El acosador abrió un falso perfil para que creyera que se trataba de una adolescente y, tras meses manipulándola, la citó para conocerse. Estrangulamiento y violación, en ese orden. Los padres la veían conectarse a Facebook durante horas, pero no sospecharon nada. El asesino dijo que había sido demasiado fácil.

Un comentario en «Nuevos acosos para nuevos tiempos»

  1. El fenómeno del «sexting» existe entre los jóvenes cubanos. No sé cuán extendido se encuentra pero es un hecho cierto que he podido constatar; su antídoto es estrictamente personal, en consonancia con la individualidad de los jóvenes poseedores de tales ingenios y de los valores que les acompañan (estos últimos escasos, por cierto).
    Hace unos pocos años circuló en este municipio, al menos, ampliamente un material cuasi pornográfico donde intervenía una estudiante de Medicina.
    Supongo que solo Corea del Norte tiene el privilegio de escapar de este flagelo audiovisual: los particulares no tienen celulares.

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