Tomado de Granma digital. Por: Marta Rojas Rodríguez
«Desde los primeros momentos de la investigación de las enfermedades alérgicas, se ha tratado de encontrar un método que testifique adecuadamente la acción antígena de los diversos alergenos en contacto con determinado organismo humano. La variedad de pruebas ensayadas, tanto en la vía empleada como en su técnica, es muy grande, y la investigación de las sensibilizaciones alimentarias ha tenido y tiene épocas de entusiasmo e indiferencia, según los países y escuelas que las ensaye».
«(…) Hace algunos años, el investigador argentino Salvador Pisani, trabajó con alimentos semi-digeridos perfeccionando una técnica propia que le permitió obtener grandes éxitos terapéuticos y fundamentar todo un cuerpo de doctrina basada en la importancia de las sensibilizaciones alimentarias en el proceso del estado alérgico.
Debido a que la técnica expuesta en este trabajo se basa en todo lo conocido sobre la investigación del doctor Pisani, con quien colaboré durante varios años en la Argentina, esquematizaré sus conceptos fundamentales. El origen del estado alérgico sería una disposición anormal de la mucosa del tubo digestivo, cuya hipermeabilidad permite (…)».
Estos fragmentos sobre una investigación científica relacionada con las alergias, corresponden a un trabajo realizado por el doctor Ernesto Guevara de la Serna, joven médico argentino, procedente de Guatemala y por entonces residente en México D.F., el cual fue publicado en el volumen II, número 4 (mayo de 1955), de la Revista Iberoamericana de Alergologia –Alergia– que dirigía el ya desaparecido profesor, doctor Mario Salazar Mallén, eminente médico mexicano a quien muy pronto se asociaría en calidad de alumno el hoy universalmente conocido, Che Guevara.
La hemeroteca de la Sociedad Médica del Hospital General de México, donde ejerció el joven argentino doctor Ernesto Guevara, conserva los impresos originales de este y otros trabajos de investigación realizados por Ernesto.
Durante esa etapa el Che trabajó tanto en el Hospital General como en el Instituto de Cardiología, donde el profesor Salazar Mallén contaba con un centro de investigación.
En la actualidad, casi todos aquellos alumnos internistas o residentes, agrupados alrededor de Salazar Mallén, junto a Ernesto Guevara, han sido o son profesionales de renombre. De igual forma ocurrió con otros colegas del Che en el Perú, durante su paso por la tierra del Inca, cuando se desempeñó como alumno de medicina en la especialidad de Leprología, e integró un núcleo de estudiosos encabezado por el doctor Hugo Pesce, también una eminencia en medicina tropical y un hombre de avanzado pensamiento político, teórico marxista, amigo y compañero de José Carlos Mariátegui.
Compañeros del doctor Ernesto Guevara –en la rama de la medicina– tanto en Perú como en México, coinciden en que Ernesto estaba profundamente interesado en la medicina, en su función social, y que tenía madera de investigador, aunque la política dominaba el campo de su mente, extraordinariamente analítica.
EN LA RESIDENCIA DE MONTES URALES, MÉXICO D.F.
«Un día Ernesto le dijo a mi marido, el doctor Salazar Mallén: “Maestro… pues ahí nos vemos”. Una expresión muy suya entonces, una despedida; y luego se fue en el yate Granma con Fidel Castro».
Así lo cuenta la señora Olvido Tapia, viuda de Salazar Mallén. Ella es una de los testimoniantes que localizamos en México, cuando recogíamos información sobre la vida de Ernesto Guevara en aquella ciudad, donde se incorporó al grupo comandado por Fidel.
Olvido Tapia nos recibió en su residencia de la elegante barriada de Montes Urales, la misma que visitaba frecuentemente Ernesto, y allí nos mostró su jardín y las sillas donde el joven argentino conversaba con el profesor sobre temas científicos y sobre política.
«El profesor Salazar Mallén era un devoto de su profesión y quería que Ernesto Guevara se entregara como él a la medicina, en cuerpo y alma, porque consideraba, con sobrada razón, que aquel muchacho tenía mucho talento para la investigación. Mi marido me contó que finalmente no logró convencerlo y Ernesto lo confirmó cuando dijo aquella frase suya de despedida. Después, cuando Mario se enteró del desembarco del Granma y de los avatares que pasaron Fidel, Ernesto y todos ellos, estaba furioso, pero muy furioso por no haber podido impedir que Ernesto se hubiera ido. Me decía: “Verás, este muchacho no va a resistir, acuérdate de su asma”. Pero la vida le dio la razón al Che, como lo nombraba todo el mundo, y no a mi marido.
Luego, en 1959, 1960, el Che llamaba a Mario por teléfono para consultarle sobre medicamentos y sobre problemas de alergia. También Mario lo llamaba a él y lo tenía informado de cómo marchaban las investigaciones en ese campo; ellos siguieron siendo grandes amigos.
«El Che lo invitó a Cuba para que se relacionara con los médicos de allá, lo llevó a visitar lugares donde él había combatido como .guerrillero con el Comandante Fidel Castro, y Mario trajo a México muchas fotografías en las que aparecían el Che, sus ayudantes barbudos, su esposa Aleida March… Pero cuando Mario murió, hace poco tiempo, a mí me atormentaban los recuerdos y rompí muchas fotos, cartas y entre esos papeles estaban también algunas relacionadas con Ernesto», relata Olvido Tapia.
«Tanto quería el maestro a Ernesto que lo hacía acompañarnos a las excursiones, casi todas relacionadas con eventos sobre su especialidad médica que se celebraban en otros estados del país. Mi hija, entonces muy pequeñita, y desgraciadamente también fallecida, tenía encanto con Ernesto y él con ella. La subía a la espalda y caminaba grandes tramos con ella a cuestas, simplemente para complacerla en sus intereses infantiles; él era muy amable y respetuoso. Cuando el profesor hablaba con otras personas que Ernesto no conocía, enseguida se separaba del grupo, y si Mario no lo llamaba, no tomaba parte de la conversación, aunque dominara perfectamente el tema en cuestión.
«Incluso nosotros lo invitarnos tan pronto llegó, a vivir en esta casa, donde había espacio y comodidades para él, pero Ernesto rehusó. Dijo que no estaba bien que un alumno viviera en la misma casa de su profesor, que el maestro necesitaba privacidad y que había ciertas distancias que guardar; no hubo forma de convencerlo de que viniera con nosotros, él prefirió quedarse dentro de un saco de dormir sobre una cama de reconocimiento en un cuartico pequeño de consulta e instrumentos en el hospital, hasta que tuvo su propio departamento.
«Ya, como el Che Guevara, Ernesto le dedicó un libro suyo a mi marido. Mario se puso de lo más orgulloso. La dedicatoria decía: “Al doctor Salazar, espíritu abierto a todo impulso, aunque agnóstico en materia de guerras de liberación, con el deseo de convertirlo. Che La Habana, abril 12/60».
EL MÉDICO DAVID MITRANI, AMIGO DE ERNESTO
El hilo para encontrar a compañeros de Ernesto Guevara en el Hospital General y en el Instituto de Cardiología, lo tomamos a partir del encuentro con la señora Olvido Tapia; en su misma casa conocimos a David Mitrani, otro de los alumnos de Salazar Mallén y uno de los más amigos del Che.
«¿Te acuerdas, David, cómo Ernesto llevaba todo el tiempo a María Eugenia mi hija a horcajadas…?» –evocaba Olvido Tapia con Mitrani en una sala de la casa repleta de hermosas obras de arte universal y otras piezas originales del acervo cultural mexicano–.
«Ibamos casi todos los días a “taquear” (comer tacos parados en la calle). Durante bastante tiempo ese fue el plato fuerte de Ernesto y mío. Luego yo me metí en un negocio de mueblería y ahí progresé económicamente, pero no dejé la medicina. Ernesto, por su parte, en esos tiempos malos, económicamente hablando, tiraba fotos e incluso trabajó como periodista para una entidad argentina».
El testimonio del doctor Mitrani fluye y él siente que revive aquellas años juveniles. El médico da un salto en el tiempo y relata su encuentro con Ernesto cuando ya era el comandante Guevara; comieron juntos en las oficinas del Banco Nacional de Cuba a cargo del Che. Recuerda Mitrani.
«Me admiraba verlo con su uniforme y su estrella de comandante. El Che puso una botella de vino sobre la mesa y me dijo: “Yo sé que tú eres un burgués y mandé a prepararte una comida con vino”. Así era su fina ironía». De inmediato el pensamiento de David Mitrani regresa a México:
«EI Che era solo un año mayor que yo. Eramos muy jóvenes. Yo lo admiraba, lo admirábamos todos en el hospital, porque con sus 24 años había andado toda América, había participado en la “revuelta” de Guatemala… En fin, por su origen argentino lo que él nos contaba nos parecía a veces una exageración, pero era la pura verdad: él había vivido intensamente esos años, y aquí en México también. Durante el día estaba trabajando en sus investigaciones, mientras por las noches ejercía como profesor asistente en las prácticas de fisiología en la vieja Facultad de Medicina. También tiraba fotos. Por otra parte, intervenía perros y gatos para sus investigaciones, y lo interesante es que era muy maduro en sus cosas y a la vez parecía un muchacho grande; por ejemplo citando, como decía la señora Olvido, jugaba con la pequeña María Eugenia. Nosotros dos discutíamos muchísimo sobre política internacional; él era muy maduro».
Ernesto Guevara no le había ocultado a su amigo David Mitrani su encuentro con los revolucionarios cubanos y en particular con Fidel. Él nos lo contaría de este modo:
«Al día siguiente de Ernesto conocer a Fidel vino a verme al hospital muy entusiasmado, pero muy entusiasmado, y me contó que había conocido en él, en Fidel, a una gente muy agradable y muy inteligente. Después yo fui conociendo a algunos cubanos a quienes atendí como médico en el hospital, a pedido expreso de Ernesto. Cuando lo tomaron preso él me mandó a llamar, me mandó a pedir adrenalina; le llevé personalmente algunas ampolletas y lo curioso es que llego a la cárcel y lo primero que me encuentro es a Ernesto, al Che, jugando ajedrez con uno de los agentes, con uno de sus carceleros.
«Pero –continúa Mitrani–, volviendo a su interés por la medicina, les diré que Ernesto trabajó muy duro y muy seriamente, como todo lo que él hacía; su labor investigativa tuvo fortuna. Como joven tuvo un éxito rotundo porque le publicaron sus trabajos en una revista especializada. Recuerdo, al menos, dos muy sonados sobre antígenos alimentarios y sobre la acción de la estamina en el útero de las gatas. Él hizo las investigaciones solo y redactó los trabajos en medio de sus inquietudes políticas y la lucha por la vida, porque incluso ya había hecho una familia».
Olvido Tapia acota que Ernesto era un joven intelectualmente muy bien formado y Mitrani hizo una anécdota a propósito:
«¡Ah, eso sí! A las doce del día en el laboratorio el maestro (Salazar Mallén) tenía la costumbre de interrumpir las labores y tomar el café con nosotros; durante ese rato se realizaba alguna lectura de una obra clásica, por lo regular relatos cortos de Mark Twain o de Anton Chejov. El maestro mandaba a sus alumnos a comentar lo que se había leído y Ernesto, con esa madurez y esa cultura que tenía, participaba siempre con intervenciones enriquecedoras. Por las tardes, cuando terminaba el trabajo en el laboratorio, entonces era la suya: invitábamos a las chicas y a otros colegas y el Che preparaba dos litros de té de hierba mate, y a conversar, a discutir acaloradamente…
A Ernesto le encantaba preparar el mate y nos obligó a tomarlo con él, y ya lo extrañábamos cuando no tomábamos ese mate. Luego salíamos él y yo de nuevo a taquear, o a cumplimentar nuestros intereses individuales respectivos».
EL ALPINISTA: TESTIMONIO DEL DOCTOR BESSUDO
David Mitrani y Olvido Tapia nos facilitaron la ubicación del doctor León Bessudo, médico y uno de los más destacados aficionados al alpinismo en México en particular a la subida y descenso del volcán Popocatépetl, en Puebla, a unos 60 kilómetros de México D.F., cuya altura alcanza los 5 450 metros en la Sierra Nevada.
Nos encontramos con el doctor León Bessudo en su consulta, instalada en un laboratorio clínico de su propiedad en la Colonia Roma.
El doctor Bessudo había sido uno de los jóvenes médicos que disfrutó alguna vez de la hora de la hierba mate en el laboratorio de Salazar Mallén. Era amigo personal de David Mitrani y también del maestro. Por primera vez había ascendido el Popo cuando contaba 16 años de edad. En 1955 Mitrani le pidió, como un favor personal, que llevara a Ernesto al cráter del Popocatépetl, donde él quería colocar una bandera que había traído de su país, junto a los demás pabellones nacionales que tradicionalmente se colocaban allí el Día de las Banderas, alrededor de la fecha del 12 de octubre.
«Accedí al ruego del doctor Mitrani; yo había conocido a Guevara en el laboratorio, pero le pregunté a mi amigo si Ernesto tenía el entrenamiento adecuado, pues el esfuerzo es tremendo. No sabía si tenía ese entrenamiento o no, pero sí tenía la fuerza necesaria y la voluntad al extremo que yo no me enteré en esa oportunidad que el doctor Guevara padecía de asma crónica.
«La subida al cráter es de aproximadamente 12 kilómetros, a partir del sitio donde comienza el ascenso de los alpinistas –sigue relatando Bessudo–. La subida en efecto, es extremadamente difícil, y si no se tiene experiencia, es aún más peligrosa. Es importante llevar la ropa y los equipos adecuados, diríamos que imprescindibles, y revisarlos bien antes de partir. El Che, o el doctor Guevara no tenía ninguno adecuado y yo le conseguí el suyo en la Universidad; me lo prestaron y se lo facilité a él porque lo veía muy entusiasmado, muy interesado en cubrir esa meta en su vida, ir a esa excursión al cráter. Nuestro grupo lo constituían entre 20 y 25 alpinistas. Yo los llevaba todos los años. Así dispuesto todo, se incorporó, ascendió a la cima y llevó su banderita pequeñita que me dijo era una bandera “especial” para él; llegó a la cima con ella, la colocó junto a las demás banderas, le tomé las fotografías que a él le interesaban, incluida esa de la bandera. Yo llevaba la cámara de mi hermano y es posible que el Che llevara la suya, no lo recuerdo, el caso es que le tomé la foto como él quería».
Sobre las características del Popocatépetl y la excursión de aquel día, nos contó Bessudo que en el Popo hay un clima muy curioso y variado, si sopla el viento, se congelan hasta los huesos; y si no sopla en absoluto, hay que quitarse la ropa especial, a pesar de que uno está en la nieve. Esto ocurre por la altura y por la intensidad del sol. En esas condiciones el sitio puede volverse muy caluroso.
Aquel día, según él, estaba nublado, pero no soplaba mucho viento, se podía subir más fácilmente. Sin embargo, en un momento determinado se sintió mucho frío y a algunos de los que integraban el .grupo se les congelaron los pies y hubo que trasladarlos al hospital.
¿Y después de saber que aquel Ernesto era el Che Guevara, qué pensó Bessudo?, le preguntamos al médico alpinista. El respondió:
«Ese fue mi único contacto directo con el Che, pero me ha dado mucho gusto haberlo tenido conmigo en ese momento de su ascensión exitosa al Popocatépetl en 1955; ese será siempre un pasaje inolvidable en mi experiencia de alpinista».