Hoy publicamos una selección de anécdotas que demuestran la jocosidad, el sentido del humor y el carácter bromista del Comandante Camilo Cienfuegos, tomadas del libro: “Camilo Cienfuegos: el hombre de mil anécdotas” . Si desea leer otras, visite:
Camilo Cienfuegos: El hombre de las mil anécdotas | Cubadebate www.cubadebate.cu/libros.
- Su sombrero
(Narrado por Rafael Verdecia Lien, campesino de la Sierra Maestra, colaborador del Ejército Rebelde)
Un día llegué yo a caballo a donde ellos estaban: era el día que llevaba el animal para ensillárselo a Camilo, para que se trasladara de un lado a otro, y él coge y se pone mi sombrero y me dice que a mí no me lucía ese sombrero, que le lucía, por ejemplo, al capitán Camilo, y se lo pone, se miró en un espejito y me dice:
– ¿Qué chico? Ponte la gorra esta.
Le digo:
– Bueno, me la llevaré para la casa y me pondré otro sombrero que tengo allá, que inclusive es mejor que este que tengo puesto, que tiene unos cuantos años ya.
Él se quedó con el sombrero y yo lo miraba y me reía, y él luego miraba que yo le estaba mirando el sombrero y él se reía y guiñaba un ojo, y les hacía señas a los otros compañeros. Y él luego les hacía señas a ellos, que yo estaba mirando el sombrero; parece que él pensaba que yo quería el sombrero, pero era mirando que le lucía bien. Ese sombrero que Camilo traía era mío. Era mío y a mí me era orgullo que a él le luciera bien, lo trajera, y que Camilo con ese sombrero luce más bonito todavía. Ese sombrero se lo regalé yo, se lo regalé yo en el sentido que él lo cogió y se lo puso y le quedó bien, me miró y me dijo que le lucía más a él que a mí y se quedó con él.
- Su cabalgadura
(De una carta de Camilo a sus padres)
El viaje no es muy largo, pero el mulo en que pienso hacer el regreso es vago y bruto como no hay dos, cuando vine tuve que apearme tres veces a empujarlo, y eso que era loma abajo. Ahora que es loma arriba tendré que echármelo a cuesta, como si fuera la mochila.
- Quedó muy bien Fulgencio
(Narrado por Ramón Cienfuegos, padre de Camilo)
Otra de sus cosas era con los perros, con los animales en general. Recuerdo ahora que, al poco tiempo del 10 de marzo de 1952, del golpe de Estado que diera el dictador Fulgencio Batista, se apareció en casa un perrito. Llegó por la madrugada, de eso estoy seguro, porque Camilo, asociando la llegada del animalito con la entrada de Batista por la posta 6 en una madrugada, le puso Fulgencio.
Cuando se fue quisimos disimular y le decíamos Negrito. Una vez le escribimos mandándole una foto y él contestó: “Quedó muy bien Fulgencio.”
Cuando nos hacen un registro, ven la carta y me preguntan por Fulgencio y cuando le digo que Fulgencio es el perro, ¡cómo se puso el guardia!
- Ese “matasanos”
(Narrado por William Gálvez, guerrillero invasor, autor de varios libros sobre la vida de Camilo)
La primera vez que William Gálvez vio a Camilo fue en el Hombrito. El guerrillero ya legendario venía a la “consulta” de Ernesto. Fue también la primera jarana que le escuchara. Estaba risueño y comentó su preocupación de extraerse una muela con el Che.
– ¿Cómo es posible –comentó William– si el Che es médico y seguro no te va a doler?
– No, no es porque me duela, sino porque ese “matasanos” de seguro me saca una buena y no la mala.
- Castigo merecido
(Narrado por Ramón Cienfuegos)
Reconozco que alguna vez fui injusto. Por ejemplo, el día que me comunicaron que Camilo había mordido a una conserje de kindergarten. Lo llamé, le expliqué lo que pasaba. Él no dijo ni esta boca es mía. Un mes lo tuve de penitencia. Después supe accidentalmente, que no había sido él sino un compañero al que quería mucho. Pero aguantó el castigo: yo, que sentía lástima cuando hizo dos o tres trastadas, le decía: “Te las perdono, a cuenta del castigo que cumpliste sin haberlo merecido.”
- ¿Qué les llevan?
(Narrado por Antonio, Ñico, Cervantes, enlace de la columna con la ciudad)
Era el segundo domingo de mayo y en el campamento rebelde del comandante Camilo Cienfuegos se planificaban las próximas acciones en el llano para batir a la tiranía.
Dos jóvenes se le acercan, son muchachos de la zona que se han unido al movimiento en los montes.
– Comandante, ¿usted podría darnos un permiso para llegarnos a ver a nuestras madres?
– Bien, pueden ir, pero no tarden…
– Enseguida, Comandante… –y dieron la espalda para retirarse. Camilo, como un relámpago, volvió a detenerlos.
– Un momento… ¿qué les llevan?
Los jóvenes se miraron.
– Nada…
– ¿Y cómo piensan ustedes ver a sus madres sin llevarles nada… No, y no… cojan estos veinte pesos, repártanlo y llévenles algo.
- Te lo doy para que lo gastes
(Narrado por Antonio, Ñico, Cervantes)
Camilo ordenaba a algún compañero una misión en la ciudad, le facilitaba dinero con qué poder comer durante el tiempo que demorara la encomienda.
Ñico, uno de sus hombres, utilizado múltiples veces para entrar y salir de la ciudad de Bayamo, debía burlar el cerco de los guardias y sacar del pueblo alimentos, medicinas, y otros útiles necesarios para las tropas que operaban en los montes. El enlace, en la conciencia de que el dinero que le daban era necesario para otras cosas, escasas veces lo utilizaba y lo entregaba íntegro.
Por otra parte, en varias ocasiones llegaban a casas de campesinos conocidos por él y solicitaba el plato de comida para continuar la misión.
En una ocasión, Camilo, bastante contrariado, le llamó a su presencia.
“Oye –le dijo– me parece que te estás comiendo la comida de los campesinos y eso no es bueno. Yo te doy dinero para que lo gastes y no para que me lo devuelvas y vayas a pegarles la ‘gorra. No quiero que se repita.”
- Combatir el tedio
(Datos tomados de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado)
Se acercaba el fin de diciembre de 1957. Eran esos días silenciosos donde la nostalgia invade a los hombres alejados de sus familiares. El jefe del primer pelotón de la Columna 4, capitán Cienfuegos, moviliza a sus hombres; Haroldo Cantallops y Fernando Virelles montan a dúo la canción Por el camino verde, muy popular por esos días; ellos dos, más Guevara (debe ser Ernesto Guevara conocido por Tétiro o Ángel Guevara), formarían un trío; Ramón, Nené, López y Luis Olazábal fungirían de guaracheros; Félix Mendoza, el Bazuquero, haría de maestro de ceremonias; los hermanos Zenén Meriño (muerto en la invasión) y Tempo Meriño (caído en el combate de la Otilia) formarían otro dúo. Como cierre del acto, Vitalio Acuña (Joaquín en la guerrilla de Che en Bolivia) improvisaría puntos guajiros.
Todos los hombres del pelotón de Cienfuegos tenían una ocupación en la fiesta. Una de las invitaciones, dirigida al armero de la Sierra y redactada de puño y letra del jefe de pelotón aún se conserva; dice:
“Sr. Téllez y Sra.
“El Pelotón No. 1 de la Col. 3
“Tiene el honor de invitarle a usted a las fiestas de Nochebuena que se celebrarán en el cuartel situado en La Pata de la Mesa.
“AMENIZARÁN
“1) Dúo Vanguardia (Haroldo y Virelles)
“2) El trío Rebelde (Haroldo, Virelles y Guevara)
“3) Los Guaracheros del 26 (Nené y Luis)
“4) Los Merengueros de Mendoza
“5) Dúos Hermanos Meriño
“6) Luis Olazábal (el dinamitero bailarín)
“7) Vilo Acuña (puntos guajiros)
“Acompañamiento a cargo de la orquesta “CUBA LIBRE
“Félix Mendoza (maestro de ceremonia)
“Se tomarán fotos para la posteridad
“Maestro fotógrafo (Guillermo Vega)
“Se admiten colaboraciones artísticas
“Cap. Camilo”
- El “bando comelón”
(Narrado por Ernesto Che Guevara)
Camilo tenía hambre y quería comer; tuvimos fuertes “broncas” con Camilo porque quería constantemente meterse en los bohíos para pedir algo y, dos veces, por seguir los consejos del “bando comelón” estuvimos a punto de caer en las manos de un ejército que había asesinado allí a decenas de nuestros compañeros.
Al noveno día, la parte “glotona” triunfó; fuimos a un bohío, comimos y nos enfermamos todos, pero entre los más enfermos, naturalmente, estaba Camilo, que había engullido como un león un cabrito entero.
- Tenía una reservita
(Narrado por Horacio González Polanco, guerrillero)
El campamento rebelde es actividad. Los combatientes se disponen a marchar a un combate.
El rebelde Horacio González Polanco, a quien Camilo había apodado cariñosamente el Mulato, pese a que la pigmentación de su piel no correspondía a la designación, se lamentaba junto al teniente de largas barbas.
– Óyeme, ¡con qué gusto me tomaría un jarro de café con leche…!
Camilo, que no participaría en la acción, le sonrió y sin decir palabra alguna, se retiró lentamente, hacia el rincón del monte donde colgaba la hamaca.
Polanco se disponía ya a partir junto con el resto de los combatientes seleccionados para la acción, cuando, desde lo alto de un promontorio, oyó una voz conocida, que gritaba:
– Mulato, antes de irte, para por aquí…
Polanco cruzó con sus descalzos pies el tramo que le separaba y se aproximó. Frente a él, extendiendo en la mano un jarro, le sonreía Camilo.
– ¡Esto vale un tesoro!, ¿dónde lo conseguiste?
– Nada, tenía una reservita de lata de leche, y la sangré…
- El cartuchito de frijoles
(Narrado por Walfrido Pérez)
Después de Uvero nos quedamos enterrando los muertos, porque esa era la misión de la vanguardia. El resto de la columna continuó retirándose y cogimos un altico atravesando, y allí le dimos sepultura.
Camilo mandó a recoger y alcanzar a la tropa, y al poco rato la pasamos y volvimos a ocupar la vanguardia. Eso de andar alante siempre tiene sus ventajas, porque ese día, por ejemplo, cruzamos por un bohío abandonado y había un cartuchito y Camilo lo recogió, le echó un vistazo dentro y comentó:
– ¡Qué bueno, encontramos frijoles!
Víctor Mora vio una maceta de arroz para semilla y la cargó también y nos cargamos esas dos cosas pensando en el banquete que nos íbamos a dar con el arroz y los frijoles.
Cuando llegamos fuimos a preparar lo que traíamos y resultó que los frijoles que vio Camilo, que era un hombre de la ciudad, no eran frijoles sino semillas de júcaro para sembrar el café. El arroz también fue imposible cocinarlo y pasamos en blanco esa noche.
- Hay que guardar
(Narrado por Horacio González Polanco)
Cuando se conseguía alguna comida, los combatientes acostumbraban a hartarse y abandonaban posteriormente las obras.
Una y otra vez sucedía lo mismo y después todos tenían apetito y se lamentaban por haber abandonado la comida.
Pero nadie escarmentaba, cuando el estómago se llenaba, ya no querían cargar.
Camilo, con su actividad de siempre notó el problema y, desde ese momento cuando se terminaba de comer y la gente abandonaba los restos de comida, la iba recogiendo en una cazuela grande y casi siempre la llenaba con las viandas sobrantes.
Hecho esto, la cargaba al hombro, sin solicitar ninguna ayuda y la trasladaba a los combatientes y a las distintas operaciones a las que era designado.
A la hora del hambre, Camilo, sonriendo con su acostumbrada picardía, exponía ante todos su cazuela repleta de viandas y llamaba al personal. “Ya ven caballeros, siempre hay que guardar; miren si no traigo la cazuela…”
- ¿Se enteró de la paliza?
(Narrado por Lorenzo Pérez Pérez, colaborador del Ejército Rebelde)
La comandancia general de la Columna 2 radicaba en el lugar conocido como montes de La Caridad, en Las Villas. Allí se encontraban además la planta de radio y el almacén y Puerto Gofio, nombre con el cual Camilo parodiaba al de la cárcel de Puerto Boniato.
Los rebeldes batían al ejército de la tiranía, hostigándolo en los caminos, carreteras y pueblos de la costa norte, como Venegas, Iguará, Mayajigua, Meneses, Zulueta, General Carrillo y otros.
Un día, en el campamento de La Caridad se suscitó un singular diálogo entre el jefe guerrillero y Lorenzo Pérez Pérez, conocido por Monino, carnicero de la zona y colaborador de los rebeldes.
– Viejo –le dijo Camilo–, sáqueme un bistec bien grande para un hombre que va a combatir hoy.
El viejo Monino, satisfaciendo la petición, lo preparó en la rústica cocina, acompañándolo con malanga.
Al día siguiente, al ver nuevamente al viejo Monino, lo envolvió con su franca sonrisa, comentando.
– Óigame, el bistec de ayer me dio muchas energías… ¿No se enteró de la paliza que les dimos a los casquitos en Zulueta?
¡Ay Camilo!, tu imagen está presente en cada cubano aunque los años pasen. Eres grande entre los grandes y tu figura camina junto al pueblo que lucha, trabaja y estudia. Tu linda sonrisa ilumina el diario quehacer.