Tomado de Escambray. Por Delia Proenza
Acaba de decretarse la muerte de una peña; no cualquier peña, sino una cultural. Había nacido allá por abril de 2015 y contaba con adeptos en tantos rincones de la isla que hasta en “botella” desde San Pedro, Trinidad; en moto desde Tamarindo, Ciego de Ávila; o dando tumbos desde Cienfuegos, le llegaban visitantes.
Pese a sus cualidades movilizadoras en homenajes de arte repentista con motivo de fechas, figuras y hechos no fue de repente que murió. Respiró de forma artificial hasta comienzos del pasado junio, cuando se habló de retirarle los equipos. Solía derramarse en un torrente, en voz de Raúl Herrera e invitados, en domingos alternos, en el ranchón Rodeo del parque de ferias Delio Luna Echemendía. Y ya no se le escucha más.
Del certificado de defunción, casi firmado con tinta indeleble, daba cuenta a Escambray Reinaldo J. Rodríguez Álvarez, vecino del Edificio No. 1 en el espirituano reparto Olivos III. “Con el mayor respeto —escribía el remitente—, desde detrás de un buró no se puede tomar la decisión inaudita de eliminar el único lugar en esta cuarta villa de Cuba donde se disfrutaba una música recientemente nombrada patrimonio inmaterial de la nación”.
El lugar se les hacía pequeño a los amantes del espacio, porque en cada presentación se incorporaban más y más personas, “todas de pie durante dos horas, aunque eso no importaba con tal de oír cantar décimas y tonadas, escuchar a nuestros repentistas mientras hacían gala de su maestría interpretativa”, narraba el defensor. Y, aunque la villa del Yayabo presume de ser, probablemente, el sitio que más diversidad de tonadas tiene en el país, no hubo reparos a la hora de acelerar el fin de la existencia de la peña.
Escambray indagó. Las entidades implicadas formularon sus respectivos alegatos. El parque de ferias, donde el ranchón sede se reconstruye y espera abrir en días venideros, asevera que la peña le es ajena. La Empresa de la Música y los Espectáculos se despoja de culpas y admite pagar solo por el audio, en tanto lanza la pelota al terreno de la Empresa Municipal de Gastronomía Sancti Spíritus.
En esa última entidad, Julio Collado, director, afirma que ellos solo aseguran en aquel lugar un punto para el expendio de cerveza dispensada, porque los comestibles corren a cargo de la Feria. Pagaron por las actuaciones durante un período, pero la economía no les reporta dividendos y dejaron de hacerlo, previas explicaciones al artista.
Y Raúl Herrera, el implicado principal, no se anda con rodeos. Sostiene que a la peña le faltaron defensores, pese a que no quedó nadie ante quien acudir para salvarla. Que actuaban con apenas condiciones, sin comestibles y con poca bebida que amenizara la digestión del arte. Que el pago no rebasaba los 1 500 pesos, repartidos luego de descontar un por ciento no desdeñable (casi siempre el 20) para Gastronomía y otro para la ONAT, entre cuatro cantores.
Raúl Herrera habla de un homicidio cultural que casi deja huérfano de sede al repentismo en predios del Yayabo. Le queda, dice, un espacio auspiciado por la Uneac, ahora en la Oficina del Conservador de la Ciudad, donde se le ha mostrado apego. Y aguarda como un milagro que traiga de vuelta el jolgorio dominguero, para el disfrute de quienes gustan de manifestación tan natural del arte en nuestros campos.
Una peña dejó de respirar; no cualquier peña, sino una intrínsecamente cultural, guajira, cubana como pocas. ¿Alguien se anima a reanimarla?
Los textos sagrados de cristianos y musulmanes, Biblia y Corán, admiten la resurrección de los cuerpos, pero en este caso,si las autoridades culturales y administrativas con poderes de vida y muerte sobre las entidades de este país, no están interesadas en su retorno a la vida social y cultural de la peña, entonces no podrán levantarla de entre los muertos como Jesús hizo con Lázaro. Me conduelo con la amiga Sahili y sus denodados esfuerzos por insuflar vida a todos estos movimientos culturales.