Muy poco se conoce en Cuba sobre el papel de los servicios de inteligencia en las contiendas libertarias o de la labor de quienes, desde el anonimato, prestaron un valioso servicio a la causa revolucionaria. Hablar de agentes de inteligencia en la Cuba del siglo XIX resulta extraño, pues la etimología del vocablo se asocia al surgimiento del Intelligence Service, famoso órgano de espionaje creado por los ingleses en 1870.
Al respecto, el historiador guantanamero José Sánchez asegura que desde los inicios de la contienda independentista el 10 de octubre de 1868, los cubanos contaron con un servicio secreto de inteligencia que se consolidó durante las luchas emancipadoras. En aquella época -puntualiza- a quienes bridaban información a los independentistas solía llamárseles laborantes u otros términos menos conocidos como confidentes o comunicantes.
En su obra «En el mayor silencio», el historiador René Barrios refiere que el general español Domingo Dulce reconocía como infidentes a quienes realizaban ese tipo de labor para los independentistas y al ser capturados se les condenaba a la pena de muerte. Muchos perdieron la vida en esos menesteres, algunos ni siquiera pasaron a los anales de la historia, porque su labor anónima les impedía mostrar sus verdaderos rostros.
Si desempeñarse como agentes secretos fue difícil para los hombres, paradójicamente el menosprecio y los prejuicios de la época contra las mujeres facilitaron el accionar de ellas en ese campo. Así, pudieron desde sus modestos oficios o como señoras de la alta sociedad, dedicarse al espionaje y obtener importantes informaciones para la causa sin ser descubiertas por las fuerzas españolas.
Según la historiografía sobre el tema, una de las más destacadas en esta labor fue la guantanamera Inocencia Araújo Calderón, conocida como ‘Isabel’ y considerada una de las primeras agentes de la inteligencia cubana.
Isabel no fue solo una agente, sino la más destacada de esta región del oriente cubano y su audacia salvó la vida de dos de los más importantes líderes de la guerra de 1895, el Héroe Nacional, José Martí, y el general Máximo Gómez, asegura Sánchez.
Nacida en 1852 en la ciudad de Guantánamo, refiere el historiador, sus ideales y el amor por Cuba la llevaron a establecer una estrecha relación con Pedro Agustín Pérez (Periquito Pérez) y José Jané Trocné, destacados cabecillas de la insurrección en esta región.
A partir de 1890 cumplió múltiples tareas clandestinas contra la dominación española, justo en esa época adquiere el seudónimo de Isabel y se convierte en una de las conspiradoras más sagaces de la región oriental.
En 1893 se casó con el cubano-francés Enrique Fournier, y ese nuevo status de mujer casada se convirtió en un reto, porque además de cambiar su vida le abrió las puertas de la alta sociedad colonial, ambiente donde pudo conseguir informaciones valiosas para la causa, explica el investigador.
En octubre de ese mismo año, producto de la delación del agente enemigo Manuel Cardet, fracasó el alzamiento organizado por el general Guillermón Moncada, jefe militar del sur de oriente y Periquito Pérez; este último se vio obligado a huir a los campos y desde allí dirigió las acciones.
La alerta del alto mando colonial tornó peligrosa la situación de los independentistas en la villa de Guantánamo, y Jané asumió el mando junto a Isabel de las tareas conspirativas en la urbe.
Como parte de la estrategia de lucha en la zona, en julio del propio año, Pedro A. Pérez ordenó crear el Comité Revolucionario de Guantánamo, uno de los centros conspirativos más fuertes de la isla, integrado por 27 destacadas figuras de la región, y entre ellas se encontraba una única mujer, Inocencia Araújo.
Fue a ella a quien Periquito le asignó la misión de crear una red clandestina de agentes, para recoger informaciones de inteligencia militar, localizar recursos bélicos y garantizar los contactos con los responsables de los grupos subordinados en las zonas montañosas de Yateras, refiere Sánchez en su relato.
Considerada una de las costureras más destacadas de la villa, recibía en su casa la visita de encumbradas damas de sociedad junto a sus esposos, lo que le facilitaba obtener información vital para las tropas cubanas.
Constituido el Comité, el líder independentista guantanamero separó la labor de la red de inteligencia, para garantizar lo que hoy se conoce como compartimentación de la información, como una forma de evitar el fracaso de las operaciones cuando alguno de sus miembros fuera capturado.
Isabel tuvo cuidado en la selección del personal que trabajaría en la labor secreta de la villa y en los poblados del valle, y junto a Jané, que adquirió el seudónimo de ‘Lucas’, escogió los hombres y mujeres más preparados para acometer las complejas misiones, según fuentes documentales de la época.
Demostró poseer proyección para elegir los establecimientos comerciales y centros sociales que por su ubicación resultaban sitios clave para la recogida de información confidencial del ejército y de las autoridades civiles, así como para los contactos entre los comprometidos.
Gracias a su labor se pudo obtener confirmación de la presencia, entre las filas de los independentistas, del espía Cardet, asegura Sánchez.
Según algunos documentos históricos, antes del alzamiento del 24 de febrero de 1895, que marcó el reinicio de las luchas independentistas, ambos organizaron y capacitaron a una de las redes más fuertes del oriente cubano; llegaron incluso a emplear la tinta invisible, novedoso sistema de comunicación introducido desde Estados Unidos.
Considerada una persona extraordinaria, los testimonios de la época describieron a Inocencia como una mujer de temple, que poseía dominio de su atrayente personalidad y sangre fría, cualidad indispensable para quienes realizan ese tipo de labor.
Tras los desembarcos por el oriente cubano de los principales líderes del movimiento independentista y el asesinato de uno de sus principales jefes, el general Flor Crombet, se les ordenó a los miembros de la red redoblar las actividades de recogida de información en las filas peninsulares, para evitar trágicos golpes.
Refiere el investigador guantanamero, que en abril de 1895 Isabel se encontraba de visita en casa de unos familiares, y allí obtuvo información sobre los planes operativos del mando español para capturar y eliminar a los jefes independentistas José Martí y Máximo Gómez.
La oportuna intervención de la agente y su rápido accionar permitió al general José Maceo y a Periquito Pérez tomar las medidas necesarias para frustrar esos planes.
Cuenta la historiografía que al recibir la información y consciente del peligro mortal que asechaba a Gómez y a Martí, José Maceo gritó a sus hombres »¡Arriba, que perdemos la Revolución!’, y partió hacia el lugar de la emboscada para enfrentar a las tropas españolas.
Tras esa acción, el general santiaguero nombró a Inocencia su agente personal, y la correspondencia establecida entre ambos, que se conserva en el archivo de Guantánamo, confirma algunas de las encomiendas que esta cumplió de forma efectiva bajo la dirección del prestigioso militar.
En el verano de 1895 descubrió a la espía Belén Botijuela, exesclava, que tras ganarse la confianza de los jefes militares cubanos, logró vender a los españoles información que recopilaba en los campamentos rebeldes.
Al ser capturada, un Consejo de Guerra la condenó a la pena de muerte; fue la única mujer ejecutada que se registra en los anales de la historia de Cuba, puntualiza Sánchez.
En ese periodo las acciones de Isabel posibilitaron a las tropas cubanas asestar duros golpes al mando español, situación ante la cual el Gobierno colonial redobló la vigilancia de sus objetivos militares y económicos en Santiago de Cuba y Guantánamo.
En septiembre de 1895, la policía española descubrió a los principales líderes del Comité Secreto Revolucionario de Santiago, detuvo a un grupo de conspiradores y logró ubicarse sobre la pista de la red de Isabel y Lucas. La captura por esos días de un cargamento de municiones y dinamita, condujo a la detención de un grupo de conspiradores, entre ellos, Inocencia Araújo.
La audaz agente sufrió prisión por breve tiempo en la cárcel de Guantánamo y luego fue conducida al Morro de Santiago de Cuba. Las condiciones en que la combatiente clandestina llegó a la fortaleza militar española impresionó al comandante Manuel Granda, uno de los expedicionarios de la goleta Honor capturados en las costas de Oriente.
Tiempo después, en su libro Prisión en el Morro santiaguero, Granda escribió: «Al ver a la prestigiosa mambisa Inocencia Araújo, aquella tarde de noviembre, maniatada por las ataduras y conducida por un grosero sargento, comprendí que la Revolución había sufrido un fuerte golpe».
En 1896 la trasladaron a la fortaleza de La Cabaña, en La Habana, donde la mantuvieron hasta 1897, cuando enferma fue expulsada hacia los Estados Unidos; sin embargo, pese a su frágil estado de salud continuó trabajando en Cayo Hueso con los exiliados cubanos.
Los documentos oficiales de la época consignan que murió en la ciudad de Guantánamo en 1902; diversos testimonios recogidos por Sánchez refieren que vivió sus últimos años en la más extrema pobreza y sobrevivió gracias a la ayuda de su antiguo jefe, el mayor general Pedro A. Pérez.
Cuentan quienes la conocieron que pese a los años de dura prisión y los ultrajes sufridos, el gobierno español no pudo arrancar ninguna confesión de sus labios.
*Corresponsal de Prensa Latina en Guantánamo.