Tomado de Granma. Por: Mary Luz Borrego
En estos tiempos de murallas y muros modernos, Nilsa Pérez está pensando en salvar su casa en la comunidad pesquera de El Médano, en el litoral sur de la provincia de Sancti Spíritus, con una tapia de un metro de ancho, una barrera menos presuntuosa que el malecón habanero, pero que según ella resulta suficiente como para frenar en seco las olas del Caribe.
«Dicen que se van a llevar el pueblo. Quiero arreglar mi casa, en la Vivienda me están haciendo los papeles para reconstruirla», relata sin importarle mucho que el último ciclón le arrancara la cocina de cuajo y que en la cochiquera contigua sus cerdos se mantengan casi a flote.
–¿No le han explicado que aquí ya no se puede volver a construir porque van a mover la comunidad?, cuestiona el equipo de prensa que ha logrado acceder a su patio, un espacio que sobrevive literalmente sobre el mar.
–Me lo dijeron, pero no puedo esperar. Yo no me voy, ni mi marido ni mi hijo saben hacer más nada. La mayoría dice que no se va. A la larga quizá nos tengamos que ir, pero más adelante. Aquí vivo tranquila y feliz.
–¿Tranquila y feliz?…, ¿y cuando anuncian ciclón o intensas lluvias?
–Me altero un poco, recojo todo, subo las cosas y llevo algunas para casa de mi hija.
Mientras tira el cordel parado en su propio portal, ahora medio inundado, Jorge Rodríguez recula más por la pregunta que por miedo a las olas: «Aquí la playa se acabó, el mar ha caminado bastante, los patios llegaban hasta allá, el agua ha venido avanzando, ya se me mete en la casa. La gente tira escombros en el rompeolas para tratar de mantener el espacio, pero entra en dependencia de la marea, de la luna. Tenía un ranchón ahí y se lo llevó el ciclón. Esto está malo, va para atrás».
Arnaldo Ruiz, quien vive en este sitio hace más de cuatro décadas, cuando el último ciclón perdió el televisor, los calderos y hasta la parte de atrás de la casa; tiempo antes había visto cómo el mar se tragaba, pulgada a pulgada, el terreno de pelota donde hizo su primer swing.
–¿Y usted qué piensa sobre la idea de mudar la comunidad?
–Hay que irse obligado, con el sur y el oleaje ya no puedo estar en mi cuarto. La marejada es cada día más fuerte y se come el ladrillo. Tuvimos que sacar el baño porque entró el mar. Algún día habrá que irse. Esto no aguanta más.
Un pueblo sobre el mar
Fundado en 1840, el poblado de Tunas de Zaza tiene historia propia: fue embarcadero próspero y puerto de mar; conoció el ferrocarril desde el siglo xix –uno de los ramales más antiguos del país lo mantiene comunicado con Sancti Spíritus y con el Ferrocarril Central– y sus hijos, desde antaño, se cuentan entre los mejores navegantes de la costa sur cubana.
Por estos predios salió del país el Brigadier Ramón Leocadio Bonachea tras quedar solo frente al ejército colonialista, luego de la paz del Zanjón; desde aquí se fugó el prisionero Luis Lagomasino, el espirituano impaciente que quería iniciar la contienda incluso primero que José Martí; muy cerca, por Punta Caney, regresó a la Patria el General Serafín Sánchez (1895) a hacer su tercera guerra y años después (junio y julio de 1898) la marina norteamericana estuvo a punto de borrar el pueblo del mapa por el «delito» de estar al alcance de sus cañoneras.
Como una «lengua de tierra robada al mar» lo describió Onelio Jorge Cardoso en una visita a la comunidad de pescadores en 1955, cuando advirtió la pobreza de aquella gente que vivía al margen de la civilización –uno de los parajes olvidados de Cuba, diría él–, aunque por sus esteros saliera toda el azúcar de los ingenios Natividad, Amazonas, Tuinucú y La Vega.
Como los tiempos han cambiado, ya aquella pasarela miserable que encontró el creador de Juan Candela no es la que une a Tunas de Zaza con El Médano, ya los lugareños no están a merced del desamparo cuando sobreviene una enfermedad e incluso la floreciente industria pesquera de hoy asegura empleo y hasta prosperidad para no pocos hogares, muchos cobijados con techos de placa y más de un lujo.
Lo que sí ha permanecido absolutamente inamovible, o incluso ha mutado para peor, es ese vínculo físico, casi carnal, del caserío con el mar, que lo mantiene con el Caribe por un costado y con el río Zaza por el otro, en una especie de forcejeo que en los últimos años viene amenazando hasta la existencia de las comunidades, lo mismo cuando la presa Zaza no puede con las crecidas, que cuando las marejadas del sur se convierten en un azote implacable.
Tunas de Zaza y El Médano son apenas dos de las muchas comunidades cubanas condenadas a desaparecer como consecuencia de la elevación del nivel del mar en nuestros litorales, pero con una particularidad que difícilmente algún otro sitio le envidie: en toda la Isla –y quizá un poco más lejos– ningún otro pueblo, por muy incomunicado que se encuentre, podría disputarle el triste récord de mayor cantidad de evacuaciones ante contingencias meteorológicas.
Según el Consejo de la Administración Municipal, solo en el último quinquenio ha sido preciso trasladar a sus pobladores hacia la capital provincial, separada a más de 40 kilómetros, en cerca de diez ocasiones, con gastos cercanos a los 175 000 pesos en cada movimiento, aun cuando ya no es preciso cargar con los bártulos, que quedan protegidos en un búnker diseñado hace algunos años para posibles contingencias en locales de la empresa pesquera o son izados por sus propios dueños hasta donde el agua no los alcance.
Tales cifras dicen muy poco o nada a los habitantes de Tunas de Zaza y El Médano, quienes presumen de que en aquellas costas se aprende antes a nadar que a caminar y que lo primero que regalan a los niños es un curricán, un anzuelo o una red, con los que seguramente se abrirán camino en el futuro.
Tanto es así que, según los estudios sociológicos realizados por el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (Citma), más del 70 % de la población no quiere abandonar la zona, a pesar de reconocer las vulnerabilidades que impone su ubicación geográfica.
De acuerdo con las investigaciones, la mayoría de las personas mantiene la confianza en que el Gobierno garantizará a tiempo su evacuación segura, custodiará sus bienes y muchos, como Nilsa Pérez, hasta sueñan con la posibilidad de encontrar una solución que no implique abandonar el espacio que ellos o sus antepasados han ocupado a lo largo de más de siglo y medio.
En contexto:
- Más del 60 % de la población mundial vive en zonas costeras.
- En Cuba solo el 10 % de la población se encuentra asentado junto al mar.
Expertos reconocen, no obstante, que la elevación del nivel de las aguas es la principal amenaza que entraña el cambio climático para las zonas costeras del país.
Estudios realizados establecen para Cuba el ascenso del nivel del mar en 27 centímetros para el año 2050 y en 87 centímetros en el 2100.
¿Qué quedará bajo agua?
Del total de la superficie del archipiélago cubano –109 886 kilómetros cuadrados (km2)– y considerando tales proyecciones se estima que en un futuro el área sumergida sea la siguiente:
En 2050, un total de 2 550 km2, equivalentes al 2,32 % del territorio nacional.
En 2100, un total de 5 994 km2, equivalentes al 5,45 % del territorio nacional.
¿Dónde estará la prioridad?
Los esfuerzos, las medidas y los procesos ingenieros para la adaptación y mitigación de los efectos del cambio climático, se concentrarán en:
73 de los 168 municipios del país.
63 de los 93 asentamientos costeros más amenazados.
Fuente: Informe del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente a la Asamblea Nacional.