En la madrugada del 1ro. de enero de 1959, cuando el dictador Fulgencio Batista huyó de Cuba, Esteban Ventura Novo viajaba con él en el segundo avión que despegó desde el campamento de Columbia, mientras que Serafina Freyre, su esposa, lo hizo en el último que salió de allí ese día, junto a sus tres hijos.
Luego, el 27 de enero del mismo año, la señora esposa del tristemente célebre asesino y coronel de la policía batistiana regresó a La Habana, algo que resultaba muy extraño e inesperado.
Tras ser identificada, se le retuvo inmediatamente en la terminal aérea hasta la llegada del Comandante Efigenio Ameijeiras, entonces jefe de la Policía Nacional Revolucionaria.
La esposa de Ventura Novo aseguró al Comandante Ameijeiras y a los funcionarios que lo acompañaban, que ella había regresado –supuestamente– para iniciar los trámites de divorcio.
Años más tarde, el propio Ventura Novo escribió en su libro Memorias que «Serafina pasó la noche (…) siempre temiendo que algo peor ocurriera (…), pero nada ocurrió».
Él mismo confesó que sus pensamientos a bordo del avión eran que «los demás estaban ricos y habían sacado dinero del país. Los únicos sin un centavo y con tres hijos y esposa, éramos nosotros».
Lo que no esperaban Ventura y su mujer, era que mucho antes de que ella regresara a Cuba para tratar de recuperar sus mal habidas riquezas, ya el ministerio de Recuperación de Bienes Malversados había detectado y sellado las cuentas bancarias a su nombre que contenían una caja de seguridad con 977 979,00 pesos; una cuenta en el Banco Continental Cubano por 29 000 dólares, a nombre de Serafina Freyre, esposa de Ventura Novo; otra cuenta en el Trust Company of Cuba, de la calle Línea por 47 182,55 pesos y la finca El Rosario, situada en la carretera que une a San Antonio de los Baños con la Salud, en La Habana.
Esteban Ventura Novo contaba con una impecable hoja de servicios como batistiano y criminal que muy pocos de sus compañeros pudieron igualar o superar. Sin embargo, no tuvo el coraje de regresar para reclamar las propiedades que malversó y que el Gobierno Revolucionario legalmente le confiscó. En su lugar envió a su mujer.
¿Quién fue el coronel Esteban Ventura Novo?
Esteban Ventura Novo, coronel de la policía del dictador Fulgencio Batista, jefe de la siniestra Quinta Estación situada en la calle Belascoaín y Desague. Tan solo caminar por allí sobrecogía a la gente, porque sabían que muy pocos lograban salir de sus calabozos sin ser torturados, vejados o asesinados despiadadamente.
-Del libro Welcome Home, presentamos esta reseña del colega Heriberto Rosabal:
«Esteban Ventura Novo pudo ser peón de finca, zapatero. dependiente de bodega o, con buena suerte, llegar a la Universidad o hacerse cura, pero se alistó en el ejército, se avino al uniforme, al porte marcial y a los atributos aparentes y reales de la autoridad militar, hasta convertirse al fin en policía, por propia elección y juramento.
«En esa fuerza pública comenzó de vigilante y llegó a coronel. Le puso grilletes a La Habana, donde la sola mención de su impropio apellido llegó a ser muy temida: «Viene el delegado Ventura», corría la voz en cualquiera de los barrios circundantes de la 5ta Estación, y la calle se vaciaba de gente.
«Pudo haber muerto en su infancia de alguna enfermedad curable no atendida a tiempo, pero falleció de un paro cardiaco a los 87 años. Pudo haber visto el fin de sus días en su natal Pijirigua, actual provincia de Artemisa, si el camino de su vida hubiese sido otro: o frente a un tribunal de justicia al triunfar la Revolución, por sus muchos crímenes.
«Pero no fue así. Murió en Miami, Estados Unidos. Su tumba está en el cementerio de Woodlawn Park North, donde fue enterrado después de la misa de rigor en la iglesia de Saint Michael, sita en Flagler y avenida 29.
«Quienes lo conocieron de cerca o de lejos coinciden en que era más bien alto, espigado, no mal parecido, siempre vestido elegantemente, traje blanco —de dril cien, a veces de otro color o de muselina inglesa— hecho a la medida, o de impecable uniforme azul de policía. “Cualquiera piensa que con tanto cuidado de su apariencia no gustaría de tocar a otros ni que otros rozaran su pulcra persona. Y dicen que sí, que aunque participaba en las golpizas de sus detenidos, no lo hacía siempre, para no lastimarse y cuidar su ropa.
«Cuando lo creía oportuno era capaz de mostrarse correcto e incluso afable con los prisioneros, calculándoles el temple con sus ojos pardos. Le gustaba el juego clásico del gato con el ratón y sus víctimas sabían, o intuían, que el juego podía ser fatal, que las historias que de aquel policía se contaban en La Habana y aún más lejos no eran cuentos, como tampoco eran chismes de viejas los gritos que en la noche traspasaban los muros de la estación de la calle Belascoaín, las huellas de sangre en las paredes o en el piso de los calabozos y los rostros sádicos de sus subalternos, atentos a la orden de tomar ellos las riendas de los interrogatorios.
«Ventura podía mudar repentinamente el tono calmo por el insulto más soez, levantando la voz y gesticulando amenazador. Podía dar órdenes de «hacer hablar» o de matar, con apenas una seña, una palabra, o pedirle a su muy cercano amigo Pedro García Mellado, el médico, que viniera para que le certificara qué tan presentables estaban los prisioneros antes de dejarlos ver en público. «Este se muere», «este no, solo se queda ciego», «este está bien, nada más tiene unos golpes», eran los diagnósticos de Mellado.
«Muchos consideran a Esteban Ventura el arquetipo del asesino en la historia de la lucha revolucionaria en Cuba: el de los actos represivos más sangrientos, las torturas más bárbaras y el mayor número de víctimas mortales. Un matador consciente y cabal que, amparado en sus cargos en la Policía Nacional, basó enteramente en el crimen su carrera de ascensos e hizo de ese su único medio de ganarse mucho más que el pan.
«El hombre del traje blanco», como lo llamaron significando el contraste entre el color que le gustaba vestir y su tenebrosa hoja de vida, presumía de valentón, pero nunca andaba solo: se movía siempre en varios automóviles, rodeado de sus matones, y descendía del carro con su pistola calibre 45 en la mano.
«Su imagen era recurrente en los periódicos y en la televisión, donde solía aparecer, siempre atildado, entre flashs de cámaras fotográficas, mostrando a detenidos, armas, propaganda y explosivos «ocupados» —las más de las veces no era cierto— en operaciones bajo su mando.
«Ante los periodistas, seguro del terror que infundía su sola presencia, era capaz de decir tranquilamente señalando a los prisioneros con huellas de maltrato mal disimuladas:
—«Mírenlos bien. muchachos, están todos sanos. Ustedes son testigos…»
Fuentes:
Welcome Home, Esteban Ventura Novo: el hombre del traje blanco, de Heriberto Rosabal.
Memorias, Esteban Ventura Novo, 1960
Revista Bohemia, 11, 18-25 de enero de 1959
Revolución, 29 de enero de 1959
http://www.latinamericanstudies.org/militar/Alfredo-Sadule.pdf