Tomado de Granma. Por: Orfilio Peláez
No pocas señales de alarma encendieron las conclusiones de un pormenorizado diagnóstico integral sobre el estado de la ciencia en el país realizado en el año 2012, a partir de los Lineamientos de la Política Económica y Social aprobados en el VI Congreso del Partido, por la Academia de Ciencias de Cuba (ACC).
Aquel estudio identificó y describió problemas que entorpecían el desenvolvimiento eficaz del sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación: la progresiva reducción del potencial científico, el envejecimiento de buena parte de la masa de investigadores y técnicos, la insuficiente y tardía formación doctoral, la salida del personal calificado del sector hacia el exterior y otras áreas de la economía nacional mejor retribuidas, la obsolescencia del equipamiento y la reducción apreciable del número de publicaciones y patentes, junto con el bajo impacto de los resultados en la solución de los problemas de la sociedad.
El informe que se le hizo llegar entonces al Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (Citma) plasmó recomendaciones destinadas a revertir los retrocesos observados, como estimular al máximo, en función de la innovación, los vínculos de las empresas de uno u otro tipo con las universidades y centros de investigaciones; establecer un sistema de estímulo efectivo a los que hacen ciencia y al impacto económico y social de sus aportes; y mejorar las condiciones de vida y de desempeño laboral de los trabajadores.
Trabas que persisten
Según expresó a Granma el profesor Luis Alberto Montero Cabrera, presidente del Consejo Científico de la Universidad de La Habana y uno de los expertos participantes en el referido estudio, siete años después de haberse culminado, Cuba sigue mostrando una tendencia descendente en los indicadores internacionales más utilizados para cuantificar la producción científica de una nación, al proseguir la disminución o crecimiento a muy bajo ritmo del número de patentes autóctonas aprobadas y la cantidad de publicaciones científicas.
El también Coordinador de la Sección de Ciencias Naturales de la acc precisó que la importancia de ambos parámetros está dada porque las patentes son un indicativo de la innovación, mientras las publicaciones dan fe de la generación de nuevos conocimientos.
Como señala el Doctor en Ciencias Luis Alberto Montero, a pesar de los reiterados pronunciamientos de la máxima dirección del país –encabezada por el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros Miguel Díaz-Canel Bermúdez– por eliminar toda barrera que frene el desarrollo y aplicación de la ciencia, todavía hoy para una parte importante del sector productivo la innovación sigue viniendo de la mano de inversiones extranjeras o importaciones de equipos y plantas completas.
«Tal concepto trae consigo que con la excepción de la Biotecnología y la Industria Médico-Farmacéutica, muchos productos y servicios innovadores cubanos suelen comenzar a implementarse después de muchos años de gestión personal de los propios investigadores».
Así ocurrió, por ejemplo, con el cemento de bajo carbono obtenido por científicos de la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas, cuya introducción y aplicación obedeció más al empeño del colectivo de autores que a la demanda de los empresarios, aseveró.
En opinión del profesor Montero, en los esquemas de dirección de la economía nacional y local sigue sin contarse de manera general con provisiones metodológicas y regulatorias que faciliten que los sectores productivos y de servicios busquen en la ciencia y la innovación soluciones capaces no solo de resolver acuciantes problemas de la cotidianidad, sino que al mismo tiempo favorezcan la implementación de iniciativas emprendedoras, la sustitución de importaciones y la generación de nuevos fondos exportables.
Dijo, además, que la innovación suele comenzar casi siempre con ideas, hallazgos y experiencias aisladas e independientes, de ahí que resulte complejo encontrar un espacio fértil para la misma en un esquema de gestión económica caracterizado aún por una fuerte centralización en el sector estatal.
Ello trae consigo que la experimentación de cualquier novedoso proceder, cambio tecnológico o la aplicación de un prometedor producto deba pasar por muchas aprobaciones, sin olvidar que toda innovación pequeña o a gran escala requiere capital en forma de dinero que pueda usarse con agilidad en el momento necesario y de forma irrestricta para poder implementarla.
«Igualmente, es ineludible buscar formas adecuadas para estimular a los innovadores, investigadores y tecnólogos que más tributen al bienestar de la sociedad y al crecimiento sostenible de la economía. Aunque los fórum nacionales de ciencia y técnica adolecieron de determinadas deficiencias (desaparecieron sin ser reemplazados por alternativas mejoradas), en su momento constituyeron una vía esencial para reconocer públicamente a los autores premiados y socializar los nuevos conocimientos, pues cada ponencia presentada quedaba registrada en una base de datos accesible a quienes tuvieran interés en consultarla», acotó el profesor Montero.
En contexto
Al hablar en la inauguración del Centro de Biofísica Médica en Santiago de Cuba el 10 de febrero de 1993, el Comandante en Jefe Fidel Castro destacó que la ciencia y las producciones de la ciencia deben ocupar algún día el primer lugar de la economía nacional.
El Artículo 21 de la Constitución aprobada por el voto mayoritario de la población cubana el pasado 24 de febrero, plantea que el Estado promueve el avance de la ciencia, la tecnología y la innovación como elementos imprescindibles para el desarrollo económico y social.
La propia Carta Magna recoge en el Artículo 32, inciso f, que se estimula la investigación científica con un enfoque de desarrollo e innovación, priorizando la dirigida a solucionar problemas que atañen al interés de la sociedad y al beneficio del pueblo.