Tomado de Granma. Por: Dilbert Reyes R.
La libertad es un derecho de los hombres; mas, de esta Isla, condición natural. Quienes la habitan y honran como patria ven su destino infinito e indomable, como el mar.
Por eso se levantan si la hieren, la humillan o la pretenden con ansias de imperio, y vuelven sobre las olas nuestros héroes, a vencer las afrentas y a situar, en la poltrona del pueblo, la voluntad soberana. Hay tormenta y agua fiera, pero es peor el tormento de la tierra secuestrada y mayor la fiereza de la rabia.
Grabado sobre la proa, Granma empezaba a rotular nuevas fechas en la historia del país moribundo, de retos permanentes, de desafíos, de fe, que es la fuerza motriz de la utopía contra los malos augurios: el clima, la estrechez, las náuseas, el retraso respecto al alzamiento de Santiago, el arribo por un bosque de mangles de la costa, a la irónica distancia de la playa ideal.
No hay mala suerte en las pruebas del sacrificio cuando se somete a examen el temple del carácter, la resistencia, la solidez de la idea, el desprendimiento heroico a riesgo de la vida, porque «morir por la patria es vivir».
Llegaron el día 2, y hasta ese día los méritos alcanzaban para epopeya. Pero ni el amparo de la tierra firme ofreció concesiones. Un bautizo de fuego en desventaja fracturó la columna y en la sangre que rodó por las cañas de Alegría de Pío empezó a pagarse el precio de la épica.
Tres perdieron la vida en el instante, los demás perseguidos, algunos capturados y asesinados; pero varios escaparon de la masacre y, amparados bajo el manto del campesinado fiel, caminaron a salvo hasta el reencuentro: ¡Ahora sí ganamos la guerra!
Cinco Palmas recobraría el sentido de la expedición menguada. No estarían todos, pero bastaban. Aunque muy corta, fe es una palabra honda y con raíces.
En cada hombre del Granma desembarcó una semilla, quedó en la tierra fértil, y cuando aquel faltó, segada la vida por el plomo, retoñó en el ideal de la victoria que triunfó sobre la desesperanza.