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Por Cuba, sin pueril ni romántico alarde

Tomado de Granma. Por: Raúl Antonio Capote

Cuántas veces han «acusado» a los revolucionarios cubanos de confundir patria y nación con revolución y socialismo…, teóricos no han faltado que emborronen cuartillas tratando de demostrar tal afirmación.

Una y otra vez se han levantado columnas con la tesis de que «la bandera es de todos» … y no les falta razón, es de todos los cubanos, ¿pero merece llamarse así quien pisotea los símbolos sagrados de su tierra? ¿quien, a la hora de la dignidad y del combate, se alinea al lado de los enemigos profanándola? ¿quien, sin dudar un instante, aplaude decretos y festeja leyes que buscan rendir por hambre a sus compatriotas, mientras ellos alimentan así sus billeteras?

Nunca una medida de la Revolución, desde su misma gestación, ha diferenciado a unos de otros; nunca una ley o un decreto han sido elaborados para una parte del pueblo; nunca un derecho conquistado ha beneficiado a un sector en detrimento de otros; el principio ha sido la mayoría y no una clase, partido o grupo, se legisla desde el sentido de la justicia social para todos los cubanos. A nadie se le pregunta en Cuba cuál es su afiliación política para hacer uso de un derecho conquistado por la Revolución.

En el proceso de forja de la nacionalidad, señala Cintio Vitier, «se denotan un fundamento y una continuidad de raíz ética, es decir, una creciente, dramática y dialéctica toma de conciencia. En el punto focal de ese proceso… se sitúa la figura de José Martí».

En el discurso de Fidel por el vigésimo aniversario del asalto al Cuartel Moncada, dijo del Apóstol: «En su prédica revolucionaria estaba el fundamento moral y la legitimidad histórica de nuestra acción armada».

La Revolución es fruto del devenir histórico de la nación, es fruto de evolución de la cultura y de las ideas, con sus antecedentes en Varela, José de la Luz y tantos otros…, es fruto del pensamiento radical cubano, la raíz de donde somos, que nos hizo antimperialistas, que convirtió la lucha por conquistar toda la justicia, en nuestra razón de ser.

La bandera de la independencia, esa que orgullosa encabezó las cargas al machete, la que fue y es «honroso sudario de nuestros guerreros difuntos», es la bandera de la Revolución.

Los traidores de siempre han intentado mancillarla, sin más resultado que verla crecerse sobre cualquier ignominia. Trataron de humillarla en el Morro de La Habana, colocando sobre ella una bandera extranjera, pero orgullosa lució siempre en la pelea, fue escudo y corazón de los estudiantes y los obreros que la llevaron a las manifestaciones, fue estandarte rebelde de la Sierra y el llano, del triunfo de enero del 59 y de las misiones internacionalistas

Es la bandera de la Revolución, es la bandera del socialismo cubano. Los comunistas la ponemos siempre al frente, con el rojo fundido que resalta la estrella, esa que brilla erguida sobre el yugo.

Cuando una marcha contra el comunismo elige la bandera cubana como objeto de su odio, están reconociendo por un lado el valor legítimo que le damos los revolucionarios y por el otro reconocen la verdadera afiliación anexionista y plattista de quienes intentan, otra vez, lo imposible: denigrarla.
Intentar escarnecer a José Martí y a la bandera los desnuda, los muestra como lo que son. Allá quien aún les crea dignos de auditorio.

Un comandante mambí escribía en uno de sus libros: «¡Oh, vergüenza, guerrillero hubo, criollo, muy criollo que prometía a la dueña de sus pensamientos, contoneándose marcialmente para lucir mejor el uniforme azul de rayadillo, imitando el acento español, traerle las orejas del primer mambí con que se tropezase!». Guajiros que vestían orgullosos el uniforme de los guías de Weyler.

No tienen necesidad de sincerarse quienes viven del lodo y la apostasía. La verdad, una y otra vez, se empina sobre la farsa y la mentira. Las acciones cometidas, las palabras, las poses, los hechos denigrantes acaecidos recientemente, tanto en la oprobiosa marcha de Miami, como por sus seguidores de bolsillo en La Habana, hacen que cobre mayor vigencia el viejo adagio de «nuestros actos nos revelan».

 

Un comentario en «Por Cuba, sin pueril ni romántico alarde»

  1. Departamento de Enseñanza Militar de la UNISS expresa que la enseña nacional, la gloriosa bandera de la estrella solitaria que no ha sido jamás mercenaria no se puede mancillar por elementos apátridas y mercenarios al servicio del Imperio.
    Vivimos, lamentablemente, momentos en que desde los centros hegemónicos del poder y con una irradiación a escala global se han trivializado los símbolos.
    Se hace necesario tomar las palabras de Abel Prieto cuando llamó a discernir entre las «fuerzas, corrientes, tendencias que provienen de la cubanía, y se orientan en favor de la defensa de nuestro perfil nacional, de su completamiento y profundización» y otras «por fortuna minoritarias, que se nutren de una cubanidad castrada, parten de aceptar lo más superficial y externo de la cultura cubana para subordinarse en lo esencial y convertirse, de manera más o menos consciente, en cómplices de la desnacionalización de Cuba».
    La veneración a los símbolos nacionales es expresión del amor que profesamos a la Patria, a nuestra historia, es parte indisoluble de nuestra ética social y refleja el cumplimiento de los deberes que nos impone el ser ciudadanos de este país.
    Todos tenemos la obligación de respetarlos y honrarlos, como expresión de la abnegación y el esfuerzo de los cubanos por salvaguardar con dignidad y entereza la Patria que nos legaron nuestros padres.
    Concluir con la estrofa de Bonifacio Byrne en el poema Mi Bandera cuando expresa:
    “Si deshecha en menudos pedazos
    llega a ser mi bandera algún día…
    ¡nuestros muertos alzando los brazos
    la sabrán defender todavía!”
    Y del legado de nuestro Comandante invicto Fidel Castro Ruz
    «Yo creo que los símbolos representan todas las luchas, (…) Es decir, no representan una parte de la historia, representan toda la historia».

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