Tomado de Juventud Rebelde
Cuentan que Napoleón Bonaparte nació con dos dientes y esto, según la mayoría de las culturas europeas, era un excelente augurio. Se consideraba que los bebés con uno o más dientes natales gozarían de buena fortuna y se convertirán en grandes guerreros. Aníbal Barca y Julio César cumplieron su destino. Napoleón no tardó y a los 24 años obtuvo los grados de general, dos años después fue jefe del Ejército del Interior y a los 35 ya era el emperador de los franceses.
El «pequeño cabo», como le llamaron sus soldados, conjugó gloria, misticismo, carisma, pensamiento lúcido, pero también ambición, egolatría y abuso de poder. Fue un genio de la estrategia, uno de los más estudiados en todo el mundo, y también capaz de dirigir campañas militares desastrosas, como la de Rusia. Puso fin al caos, a la guillotina masiva. Protegió a la Revolución Francesa en momentos críticos y hundió al directorio dominante para luego, ante el asombro de todos, reinstaurar la esclavitud y autocoronarse emperador.
Napoleón trituró el sistema feudal instaurado en Europa desde el siglo V y se volvió dictador, uno que creó redes de escuelas y decretó normas civiles y jurídicas para todos los ciudadanos sin excepción, sentando las bases de la sociedad moderna que conocemos.
A dos siglos del colapso de su imperio, persiste el legado de una de las figuras más famosas de la historia de la humanidad. Esa influencia llega al Caribe, específicamente al Museo Napoleónico de La Habana, el cual conmemora este año el aniversario 60 de su fundación y el 200 de la muerte de Bonaparte en la isla-prisión de Santa Elena.
Nuestra capital, a pesar de no tener relación alguna con el primer emperador de los franceses, guarda la más completa y diversa colección napoleónica del continente, y única de su tipo en Latinoamérica.
«Tenemos la particularidad de estar fuera del contexto habitual de los principales centros especializados en Napoleón radicados en Europa, en Francia principalmente. Es una realidad sui géneris, pero contamos con uno de los mejores museos de esta temática en el mundo», destacó el museólogo de la institución, Eduard Gómez.
Biblioteca del museo.
«Nuestra biblioteca contiene más de cuatro mil volúmenes, en varios idiomas, sobre todo del período de la Revolución Francesa y la documentación de Napoleón. Además, la colección del emperador se expande en diez manifestaciones del arte (pintura, mobiliario, objetos históricos) que ascienden a 3 600 piezas aproximadamente», anunció a Juventud Rebelde Sadys Sánchez Aguilar, directora del museo.
Esta vasta colección muestra cuatro pisos de patrimonio artístico que incluye vajilla de porcelana, esculturas, vestuario y diverso armamento militar perteneciente al gran estratega y a su período histórico. «Es una dicha para los cubanos y todos los que nos visitan poder encontrar estos tesoros concentrados en un lugar público, no guardados en un lote privado. Eso es algo muy importante», aseguró Eduard Gómez.
Con motivo al aniversario 60 de la creación del museo, se presenta la exposición Napoleón en la isla de Santa Elena, que exhibe la etapa final del monarca. La Habana custodia muchas piezas de arte y hasta un árbol que germinó en el jardín de la institución a partir de semillas traídas de esta perdida porción de tierra ubicada en el Atlántico Sur.
«Tenemos la suerte de poseer artículos relacionados con su tiempo en Santa Elena, incluido su famoso bicornio, su catalejo y el reloj de bolsillo que cargó en las últimas horas de vida», declaró Sadys Sánchez Aguilar.
Reloj de bolsillo perteneciente a Napoleón durante su prisión en la isla de Santa Elena.
Molar de Napoleón extraído por el doctor O’Meara el 16 de noviembre de 1817.
Pistolas entregadas por Napoleón durante su rendición a los ingleses, el 15 de agosto de 1815.
Además se exhibe un mechón de pelo y un molar de Napoleón, de un valor histórico incalculable. Dentro de este tesoro se destacan las pistolas que entregó el gran general en su rendición a los ingleses el 15 de agosto de 1815. Cedidas al primer teniente Andrew Mott, en la cubierta del HMS Bellerophon, estas armas simbolizan la extensa paz europea que sobrevendría así como el último acto en libertad realizado por el mismo Napoleón.
El bicornio expuesto es uno de los cuatro que Bonaparte llevó a Santa Elena. Del resto se conoce que uno descansa con Napoleón en el Palacio Nacional de los Inválidos, otro se encuentra en la colección de Chateau de Malmaison y el tercero permanece sin localizar.
Bicornio y catalejo utilizado por Napoleón Bonaparte en Santa Elena. Catalejo fabricado por T. Harris & Son, de Londres.
Otro artículo invaluable es una de las máscaras mortuorias del emperador, traída a Cuba por su médico personal, François-Carlos Antommarchi, en 1834. Tras entablar estrecha amistad con el general Juan de Moya, gobernador del Departamento Oriente de Cuba, el galeno le vendió la mascarilla al oficial español. Posteriormente el general mambí José Lacret Morlot compró la pieza hasta que, en 1916, los herederos de Lacret pusieron en venta la máscara exhibida hoy en la institución.
Máscara mortuoria de Napoleón. El museo posee dos copias de la versión en bronce y una copia de la versión en yeso realizadas por el médico personal del emperador, François-Carlos Antommarchi.
El museo napoleónico de La Habana debe su origen a la minuciosa labor del «zar del azúcar» Julio Lobo, uno de los máximos coleccionistas de Bonaparte que hayan existido. La biblioteca recayó en el inconmensurable trabajo de la Doctora María Teresa Freyre de Andrade, fundadora de la bibliotecología cubana, quien reunió importantes volúmenes, y la hermosa edificación fue gestión de Natalia Bolívar, primera directora del museo.
En palabras de Sadys Sánchez Aguilar «Natalia Bolívar entendió el significado de esta colección para la historia del mundo. Ella tuvo la previsión de salvaguardarla y organizarla en un museo formal, de acuerdo a los deseos del propio Julio Lobo».
La escritora y etnóloga Natalia Bolívar, primera directora, junto a Sadys Sánchez Aguilar, actual directora de la institución, durante la ceremonia por el aniversario 60 de la fundación del Museo Napoleónico de La Habana.
Durante la actividad por los 60 años del museo napoleónico la relevante escritora y etnóloga Natalia Bolívar conversó con los presentes sobre los comienzos de la institución que, por curiosidad, fue de las primeras en ser aprobadas por el Gobierno Revolucionario.
Aún sin el consentimiento de Julio Lobo, Natalia Bolívar se fijó en el palacete florentino La Dolce Dimora (la dulce morada), antigua residencia del coronel del Ejército Libertador, el ítalo-cubano Orestes Ferrara, para ser la futura sede de la notable colección.
«Fui a pedirle a Fidel que me cediera la casa de Ferrara y me la entregó para hacer un museo. Después hablé con Julio Lobo con el propósito de que aceptara entregar su colección de Napoleón, que era el amor de su vida. Por mediación de abogados de todas las partes Lobo aceptó. Con la ayuda de Osmani Cienfuegos se pudo restaurar el palacio. Inauguramos el museo el 2 de diciembre de 1961, con el apoyo de Alejo Carpentier. Fue una obra acabada por el amor y cariño de muchas personas», explicó Natalia Bolívar.
Ese gran amor profesado por muchos hizo que una de las mayores y más completas colecciones napoleónicas de este hemisferio arribara a su aniversario 60. «Trabajamos duro a lo largo de los años para mantener los altos estándares que merece una colección de este tipo. Hemos acogido varias conferencias napoleónicas internacionales en los últimos años y continuaremos haciéndolo. Colaboramos con el investigador Luke Dalla Bonna, de la Sociedad Internacional Napoleónica, para producir la primera publicación del catálogo del museo, que contará con 350 páginas. Se ha publicado recientemente en inglés, fuera de Cuba, pero obramos en la versión al español que anticipamos y queremos publicarla en La Habana, el próximo mes de marzo», anunció Sánchez Aguilar.
Colectivo de trabajadores del museo napoleónico. Sentadas Sadys Sánchez Aguilar, actual directora, y Natalia Bolívar. De pie, a la derecha de la imagen, el museólogo Eduard Gómez.
Doscientos años después de su fallecimiento, el legado de Napoleón Bonaparte llega y se expande dentro de una isla caribeña que desconoce si alguna vez figuró en su pensamiento imperial. Y esto no debería extrañar, pues la muerte nunca ha sido contención para aquellos cuyos dientes natales los destinaron a devorar el mundo.