Por: Dr. C. Mariano P. Álvarez Farfán. Profesor de la UNISS
El único país del mundo desde la aparición del hombre sobre la faz de la tierra que ha tenido que enfrentar una guerra atroz por más de 60 años, venida desde una superpotencia es Cuba. La potencia que quiere devastar, destruir, avasallar, oprimir, desarticular, subyugar, aniquilar y hacer desaparecer como Estado libre, independiente, soberano, es Estados Unidos de América.
¿Cómo explicar la guerra si los misiles no surcan el cielo cubano, los bombarderos no descargan su mortífera carga, no se escucha el tronar de los cañones ni el tableteo de las ametralladoras?
“Guerra” es el nombre dado a la pugna mantenida entre dos Estados, grupos o facciones, al conflicto, enfrentamiento o choque, sostenido con el empleo de recursos, herramientas o medios que provoquen afectaciones militares, económicas, sociales, políticas, ideológicas, culturales y de otra índole en la otra parte.
Para Peña, Espíndola, Cardoso y González (2007): “…la guerra es un concepto más amplio que no solo abarca el conflicto bélico entre sus contendientes, en su sentido tradicional y convencional, sino va más allá, es un amplio espectro de agresiones de toda índole que abarca todos los aspectos de la vida de un grupo, etnia, comunidad, clase social, pueblo, nación o país, incluyendo el uso de tecnologías de avanzadas para lograr sus propósitos”.
Siguiendo ese proceder, los enemigos de la Revolución Cubana, repitiendo hasta la saciedad la descarada mentira de que la “guerra fría” ha terminado y que solo se aspira a sociedades más democráticas, justas, prósperas y humanas, utilizan todos los medios posibles siempre que se traduzcan en daños materiales, psicológicos, financieros, para la salud, la estabilidad y la vida cotidiana. El propósito es minar, debilitar y resquebrajar a cualquier precio.
Sobre el particular Raúl Antonio Capote en 2016 en su libro: “La guerra que se nos hace”, apuntaba: “Estamos en guerra, sí, y el principal instrumento de esa guerra cultural contra el socialismo cubano es la subversión político-ideológica”.
Más adelante aclara: “Hay que estar bien claros de que estamos en una guerra alentada, promovida y financiada desde el exterior por los representantes de los intereses imperialistas. Es una guerra política, de reconquista”.
En consecuencia, la guerra que se nos hace pretende socavar el régimen político existente, desmantelar la Revolución, restaurar el capitalismo y borrar definitivamente el ejemplo de Cuba.
Pero ¿Cómo pretenden reconquistar y encadenar al verde caimán del Caribe?
La subversión político-ideológica es una de las modalidades preferidas en el contexto actual y está dirigida a actuar sobre la conciencia de las personas, sectores, grupos sociales y toda la población en general con el propósito de confundir, romper la unidad e inducirlos a adoptar conductas que permitan obstaculizar la Revolución y revertir el proyecto socialista.
Pero no debemos llamarnos a engaño, la guerra contra Cuba tiene larga data, sus inhumanos mecanismos no son nuevos y en este entramado de acciones no hay eventos fortuitos ni situaciones casuales. El feroz egoísmo y los malsanos propósitos del gobierno norteamericano, la derecha miamense, los gobiernos lacayos de la región, los grupúsculos alentados por el afán de dinero y algún que otro confundido actúan bajo un milimétrico plan subversivo ideado, financiado y alentado por los tanques pensantes de Estados Unidos.
Por consiguiente, si todo está pensado, calculado y meditado para destruirnos nosotros tenemos que estar preparados para vencer y por eso nuestra guerra se gana a pensamiento. El arma más segura y mortífera son los argumentos.
Ello implica tener completa claridad y seguridad de que el enemigo no ha tenido ni nunca tendrá buenas intenciones. Se aprovecha del clima idóneo gestado por el desgaste psicológico por más de una año de pandemia y carencias materiales y desarrolla un permanente e intenso bombardeo de mentiras, patrañas, difamaciones, distorsiones de la información y uso de verdades a medias para confundir, desalentar, desorientar, desconcertar, sembrar la frustración y desesperanza e inculcar la incapacidad de Cuba para resolver todos los problemas sin intromisión ajena.
En su macabra y sombría fórmula tratan de sembrar la angustia y desesperación, el sufrimiento, el miedo y el retraimiento, para que la población sienta indefensión ante las vivencias y confundida deje de apoyar y defender lo que construyó con tanto esfuerzo. Ello unido a la incentivación de sentimientos de ira, enojo, enfado, odio, desprecio y violencia, según sus cálculos permitiría fracturar el principal factor de nuestras victorias: la unidad y firmeza.
Si la matriz de opiniòn que están induciendo es que el Estado cubano colapsó, que el gobierno es ineficiente, el sistema no funciona y se requiere una intervención desde el exterior, con los sobrados argumentos de que se dispone hay que aclarar, precisar, desmentir, probar la validez de nuestra causa, la vitalidad del rumbo socialista y la indestructibilidad de la Revolución y en tal propósito un lugar de particular importancia corresponde al debate.
Sobre la necesidad del debate el líder indiscutible de la Revolución, el Comandante en Jefe Fidel Castro en 1986 enfatizaba: “…hay que discutir, persuadir, convencer. Y podemos hacerlo porque tenemos todas las razones del mundo, todas las razones históricas, la moral, la dignidad, la justicia, todos los principios más hermosos por los cuales puede haber luchado el hombre…”
Por su parte el General de Ejército Raúl Castro Ruz aclaraba en 2008: “Del intercambio profundo de opiniones divergentes salen las mejores soluciones, si es encauzado por propósitos sanos y el criterio se ejerce con responsabilidad”.
Y es que el debate es la actividad reflexiva que permite el análisis detallado, profundo y responsable de la realidad, posibilita el intercambio de opiniones entre dos o más personas o un grupo de ellas; se organiza como una experiencia edificante para quienes participan en él y propicia la elaboración conjunta de criterios, la aclaración de dudas y cuestionamientos y la aproximación a la verdad, entrenando para pensar con cabeza propia.
El verdadero debate no es un intercambio competitivo o enfrentamiento despiadado entre contendientes que buscan un vencedor a cualquier precio; es fuente para encontrar ideas y defender las que se poseen. Implica siempre interacción, diálogo, esclarecimiento mutuo y crecimiento personal.
El debate estimula el palpitar de los procesos renovadores del pensamiento, da vigor para repensar el presente y futuro en aras del perfeccionamiento de la doctrina revolucionaria, abre horizontes para buscar salida a los problemas que afectan al país, encontrar argumentos para sostener lo alcanzado y hallar explicaciones convincente para los problemas que perturban la vida cotidiana.
Es reconocida por todos los autores la importancia de discutir e intercambiar acerca de lo que resulte de interés, plantee dudas, desate interrogantes o sencillamente de aquello que requiera mayor información, ganar en profundidad y claridad, pero ha de hacerse con sólida preparación, con conocimiento de las relaciones causales y con objetividad y cientificidad. Si así se desarrolla se logra lo más importante: el consenso para el bien común, el fortalecimiento de la unidad.
El debate se hace cada vez más impostergable porque gran parte de la población, principalmente los jóvenes tienen criterios, dudas e inquietudes que necesitan exteriorizar y si no encuentran dónde discutirlo, se corre el riesgo de que se haga por vía informal en lugar menos adecuado y quizás donde menos orientación o capacidad para el análisis responsable pueda existir.
Por otro lado, se requiere debatir para escuchar, enseñar, aprender, diagnosticar y estar al tanto de la situación de vida, prioridades, sinsabores e incomprensiones que se puedan tener, porque no ha de olvidarse que las generaciones que han crecido con el Periodo especial, tienen menos información y vivencias afectivas con las circunstancias históricas que engendraron la Revolución y han conocido fundamentalmente una situación de estrecheces y carencias agravadas por el recrudecimiento del bloqueo y requieren ser orientadas y escuchadas para afianzar el sentido de pertenencia.
El debate tiene que poner de manifiesto accesibilidad, mostrar que estamos abiertos a un flujo bidireccional, sin imposiciones, porque su propósito no es apartar, marginar o dividir, sino lo contrario: unir, atraer, acercar, tender puentes y especialmente dar paso al acercamiento sobre la base de la verdad.
Escuchar al otro, ponerse en su lugar, respetar su criterio, hablarle con fluidez y profundidad, rectificarle sus errores, aclarar sus imprecisiones sin subestimarlo le muestra que es tenido en cuenta, que es parte y tiene parte en el proceso. Pero admitir agresiones y obscenidades sin hacerle frente con los argumentos suficientes y necesarios es un acto de cobardía, una traición a la patria.
El debate tiene que estar impregnado celosamente de flexibilidad y tolerancia, debe preservar el intercambio civilizado de criterio pero evitando que se confunda con la debilidad de argumentos. Se trata de un espacio para el encuentro, no una tribuna para que cualquiera exponga puntos de vista irresponsables, irradie pensamientos inadecuados e inocule veneno. Implica encarar los problemas con objetividad y sin triunfalismo o complacencia, con ánimo constructivo y visión propositiva y enriquecedora que apunte al crecimiento humano y haga flamear nuestras banderas.
Todo lo que afecte los intereses de la patria, margine, desoriente, divida, desvalorice la obra revolucionaria, atente contra la tranquilidad ciudadana y el rumbo aprobado por la mayoría abrumadora del pueblo cubano es inaceptable, no negociable. Por comunicativo que queramos ser ante la intención expresa de derrotarnos no hay mano blanda, solo el puño de hierro del pueblo.