Tomado de Granma. Por: Oni Acosta
La avalancha de música chatarra que inunda los diversos espacios del entorno sonoro contemporáneo ya dejó de ser sorpresa para las grandes mayorías. Contrariamente a lo que pudiera desprenderse de aquellos debates iniciales –donde la mezcla de incredulidad y estupor generaban grandes batallas desde lo cultural– la certeza de un universo sombrío en cuanto a propuestas válidas es una realidad.
Lejos quedaron esos lugares de experimentación que alguna vez fueron aupados por la discografía, aunque tampoco fueran los más visibilizados. Pero si tuviéramos que equiparar o simplemente nombrar ejemplos, estaríamos casi todos de acuerdo en señalar las nuevas dinámicas de estos tiempos y la simpleza aparejada.
Con el auge de las nuevas maneras de acceder a contenidos y, por consiguiente, al llamado consumo musical, las reglas típicas del mercado adoptaron desconocidas narrativas que desbancarían las prácticas habituales, y desde la pasividad de estar en cualquier lugar del planeta conectado a internet, podría creerse que se avecinaban tiempos de verdadera revolución conceptual.
Es cierto que la música es un arte que no tiene una apreciación tangible, sino que su manera de expresión-recepción es completamente abstracta y es casi exclusiva la manera en que cada cual la percibe y asume: el sonido no puede tocarse ni adquiere forma visible mas allá de nuestra propia interpretación. Pero también es cierto que la descomposición y desmembramiento de audiencias a consecuencia de imposiciones del mercado, han cambiado los standards y metabolismos musicales.
En nuestro complejo ecosistema musical, mediático y empresarial, no pocas son las contradicciones que han surgido y que aún hoy continúan enconando debates, sin que podamos entender algunas dicotomías de esos procesos. Uno de los temas más álgidos es la promoción del videoclip cubano, así como el maridaje entre géneros que, de manera casi mimética, se exponen en la mayoría de esas propuestas. Otro capítulo lo constituye la descontextualización del mensaje endógeno, es decir, de nuestro mercado, el cual debería considerarse –y defenderse– como rumbo y brújula de la industria y su consecuente plataforma de lanzamiento nacional e internacional. Mientras la gran mayoría de público y empresarios del planeta se identifican con una robusta zona de nuestra música, cada vez más el empeño y engarce de complacencia hacia el mercado miamero, por demás nada sustancial ni en porcentaje, solvencia ni originalidad, sigue marcando derroteros en nuestro río que como reza el refrán, suena porque muchas piedras trae consigo.
Si hacemos un bosquejo de los más famosos y promocionados en nuestros canales de difusión, tendríamos que preguntarnos obligatoriamente para qué audiencias lo son, y qué impacto real tienen en ellas, o qué relación existe entre propuesta y mercado, sobre todo cuando somos capaces de desechar potenciales áreas con elevadas posibilidades de distribución y consumo de nuestra música en pos de deleitar a minorías cercanas. Algo anda mal cuando los que repletan auditorios, donde quiera que actúan, son muchas veces desconocidos en nuestro engranaje promocional.