home Cultura, Cultura espirituana Con angustias y alivios juegas Tú

Con angustias y alivios juegas Tú

Tomado de Juventud Rebelde

Simpática y exasperante, aburrida y distinta, turbulenta y cinematográfica, saturada de música y de personajes enloquecidos… y mucho más, buena parte de ello impublicable, he leído en redes sociales sobre la antinovela, másomenosnovela, , dirigida por Lester Hamlet (autor de varios filmes como Casa vieja y Ya no es antes, entre otros) y escrita por Amílcar Salatti, Yoel Infante y Eduardo Vázquez, sobre un argumento original de Alberto Luberta. A tal punto llegó la polémica, que un amigo, conocedor del lenguaje televisivo, me advirtió que creería en mí solo si apostaba en JR por la diatriba y el apóstrofe. Ya me entenderé con mi amigo, pero advierto que prefiero desairar la confianza de alguien sobre mi profesionalidad, que traicionar la verdad, y escribir que en esta telenovela jamás existieron momentos de angustias y alivios (como dice la canción tema), de belleza y auténtica emoción.

Quienes se dedicaron a aborrecer la telenovela desde el primer capítulo, y buscaron la serie turca, brasileña o mexicana más a mano, porque «ellos sí que saben hacer telenovelas», han cuestionado al director a partir de ciertas declaraciones públicas en las cuales reconocía que no veía telenovelas ni le gustaban. Los que detestaban el producto creyeron entender la clave del desatino, en tanto concluyeron que Lester Hamlet desconocía los códigos inherentes a la serie dramatizada. Evidentemente el director se auxilió del saber que le provee una experiencia de tres largometrajes, varios documentales y decenas de muy notables videos musicales para conseguir una estética distinta en cuanto a la fotografía y sobre todo la musicalización. Porque el guion y las actuaciones, los dos ejes conceptuales definitorios de toda telenovela, estaban garantizados, cubiertos del mejor modo posible.

Sin embargo, la principal incomodidad de algunos, y los grandes elogios de otros, se dirigen precisamente a esa impronta personal que el director le comunicó, sobre todo, al uso de la música que, digámoslo de una vez, resultó excesiva, sobre todo la ambiental, o de fondo, y colocada en un volumen y frecuencia inadecuados, de modo que a veces resultaba imposible escuchar los diálogos. Pero también debemos aceptar que ninguna telenovela cubana (tal vez desde Al compás del son, en 2004) ha establecido un rejuego tan hermoso e ineludible en cuanto al rescate y la divulgación de grandes canciones, que estaban por ahí perdidas, y ese melómano impenitente que es Lester Hamlet las reunió y les confirió vida nueva dentro de una dramaturgia muy confiada en la música para rellenar cierto vacíos del guion.

No siempre ocurrió el milagro del pacto eficaz entre las canciones del final, o las incidentales, y los conflictos de los personajes. A veces los epílogos musicales estuvieron pobremente interpretados, y apenas guardaban alguna relación discernible con la trama, pero cuando funcionaba la alianza, y ocurrió con frecuencia, se verificaba audiovisualmente aquel prodigio inherente a los clásicos del cine musical dramático: la emoción absoluta. Así nos robó la preferencia el precioso tema inicial, Nana de adiós, de Karel García, interpretado por Ivette Cepeda, y por lo menos las dos canciones que le hemos visto bordar, con temblorosos y esenciales hilos, a Yordanka Ariosa: Comienzo y final de una verde mañana, de Pablo Milanés, y Declaraciones, de Polito Ibáñez. Hubo otras, varias, ni dos ni tres, muchas más, que convirtieron a en un cajón de sorpresas abierto tres veces a la semana, y el suspenso provenía, sobre todo, de estas originales terminaciones, porque cada capítulo trajo una propuesta distinta, intencionada a partir de la voluntad por rescatar una plétora de canciones hermosísimas.

Y la recuperada belleza de las canciones resulta al fin y al cabo concomitante con la eficacia dramática de algunos personajes y el poder histriónico de sus intérpretes, de modo que sería justo mencionar por parejas a quienes me parecieron más impresionantes: la palma se la llevan Xiomara y Tomás (Yordanka Ariosa y Leonardo Benítez) capaces de comunicarnos el inminente triunfo de lo humano por encima de frustraciones e infortunios. Ambos permanecerán en la memoria de muchísimos espectadores, sobre todo de aquellos que aceptaron una estructura dramatúrgica bastante distinta, por horizontal, en tanto ningún personaje es completamente secundario ni protagónico, y todos, o al menos la mayoría, consiguen más de una escena de realce e incluso de ostentación de sus conflictos y capacidades expresivas.

Apostando por una naturalidad que a veces podía confundirse con desgano, Gabriel Wood y Alicia Hechavarría (Yoan Luis y Anabel) contaban con personajes menos espectaculares, y optaron por un registro histriónico apacible y relajado; solo que el desarrollo de sus personajes decepcionó a muchos confiados en que su historia de amor sería el hilo central de la trama, y esta vez el galán y la damita joven se mantuvieron distantes durante cuarenta y pico de capítulos. En este sentido, ayudó a resistir la espera por un romance seductor, la resplandeciente naturalidad de Yasbel Rodríguez, en el papel de la enfermera Norma. Tan convincente y fresca resultó su interpretación que algunos televidentes la preferían como pareja del galán que creíamos protagónico, es decir, Yoan Luis, aunque transcurrieron varios capítulos sin que se asomara a la pantalla, y si se aparecía apenas pasaba algo importante con él, en términos de conflicto.

Conforman una extensa lista de actuaciones destacadas y personajes memorables el Manolo, de Herón Vega, junto a la Elizabet de Yailene Sierra, o la estremecedora química lograda por otra pareja, en este caso madre-hijo, integrada por Dulce y Rangel (Edith Massola y Denis Ramos). Jorge Molina se las arregló para construir un malvado de antología, desde los silencios, el humor negro y el empleo del esperpento, tres factores bastante excepcionales dentro de la más reciente tradición televisiva, colmada de malvados gritones o demasiado gesticulantes. Y aunque la sola mención de los meritorios nunca cabría en la página cultural de JR, es necesario reconocer que la dirección de actores apenas impidió que algunos se extraviaran en la sobreactuación, o quedaran muy por debajo de la intensidad requerida, o se les impusiera un improcedente tono de farsa y caricatura, sobre todo en las subtramas que tocaban lo policiaco o criminal.

A mi entender, la farsa y el melodrama son incompatibles, porque la primera distancia, se burla, ridiculiza, exagera el desperfecto, mientras que el segundo tiene que conmover, apelar a lo instintivo e irracional, y conseguir la identificación con el sufrimiento de los personajes. A ciertas zonas en la trama de se les impuso un tratamiento innecesariamente burlesco, o exagerado, de varios personajes, entre otros, Marina y Basilio, salvados a duras penas de la incongruencia total gracias a las interpretaciones respectivas de Daisy Quintana y Bárbaro Marín, dos intérpretes de los mejores con que contamos, aquí enfrentados al riesgo de sacar adelante papeles densos y artificiosos, aunque en algún punto puedan contribuir con el momento cómico.

Y es que nunca ha sido la heterogeneidad de tonos, tratamientos e intenciones un factor que contribuya a la consagración de un dramatizado, por muy postmoderno o ambicioso que se quiera, y en se creaba una especie de disonancia entre el estilo monocorde y de baja tensión de unos, el distanciado de otros, o el farsesco adoptado por un tercer grupo. Y la discordancia flotaba en el aire cuando alternaban estos estilos con el entramado más naturalista y orgánico trabajado por sus compañeros de reparto. Además, la edición extraña, como apresurada, con frecuencia incentivaba la divergencia entre unos y otros, y a veces se «macheteaba» la sucesión de acontecimientos y personajes, y en otras ocasiones, sin justificación discernible, se alargaban sucesos sin demasiado relieve dramático.

A pesar de todo, estoy seguro de que cuando termine esta obra singular, desmelenada e inclasificable, nos quedaremos sin remedio con la añoranza de grandes canciones, cantadas por actores y actrices que además de aclarar una vez más su categoría estelar, fueron cuidadosamente elegidos entre todas las edades, razas, estilos y trayectorias. Y habría que reconocer los méritos latentes en semejante amplitud de criterio. Mientras salían al aire los últimos capítulos, iba tomando forma en mi mente la recomendación de que la próxima obra de Lester Hamlet se enmarque en los derroteros del drama musical o del melodrama con canciones, un género en el cual clasifica, a ratos, esta telenovela y también su recordado cortometraje Lila, en el filme Tres veces dos. Tal vez en ese género el director encuentre un vehículo idóneo para su tremenda pasión, su saber hacer y muy valiosa capacidad de riesgo.  

Habrá que agradecer también a la televisión cubana la voluntad de probar caminos distintos, porque de vez en cuando, en el mundo entero, se producen respetables variaciones a los códigos creados por Félix B. Caignet y El derecho de nacer. Y nosotros también tenemos derecho, porque para todo el mundo está claro que un género cinematográfico como el melodrama, y otro televisivo como la telenovela, disponen de ingentes aforos para adentrarse, con plenitud de facultades, en la tercera década del siglo XXI. Bienvenidos sean los cambios y los aportes a estas tradiciones, porque evitan el estancamiento, nos ahorran la aburrida sucesión de idénticas situaciones y personajes, y hasta llegan a refrescar anquilosadas estructuras con el misterio de la música.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *