Tomado de Juventud Rebelde
Tienen 18 años. Se conocieron hace poco en el mismo lugar y por las mismas circunstancias «pero los lazos afectivos se hacen fuertes cuando alguien tiene las mismas necesidades que tú». Quisieron contarme su historia, quisieron que otros, al saberla, no cometieran los mismos errores.
Avanzan, paso a paso, y no poco a poco. Se sienten mejor, aprendieron a ser empáticos, y sobre todo comprendieron que existen miles de motivos para vivir, para trazarse metas, para seguir adelante, para no hacerse más daño, ni a ellos ni a los demás.
Se abrazan, como hermanos. Se apoyan para que el logro de uno pueda ser el del otro. No necesito saber sus nombres. Contaron sus historias mirándome a los ojos y eso es ya una prueba de entereza, de valor, de honestidad. Quiero volverlos a ver, y que sea la sonrisa amplia la que ilumine sus rostros y puedan sentirse a gusto con la nueva vida.
«Como les ha pasado a otros, yo empecé a probar lo que me ofrecían con 14 años, aproximadamente. Un día sentí que quería atreverme a más, y probé el crack, y la dependencia creció. Mi hermano vive fuera del país, lo extraño. Me pidió que buscara ayuda, y pensé en mi mamá.
«Cuesta trabajo, no es fácil, pero me propuse estudiar, hacer algo mejor con mi vida… No quiero planificar nada a largo plazo, pero sí me gusta la idea de que yo mismo puedo mejorar», me dijo uno de ellos.
El otro, a su lado, me habló como si me conociera de toda la vida. «Yo estaba fuera de control. Mi papá murió y me sentí mal porque no le había cumplido la promesa de dejar de consumir. Yo había empezado a experimentar con mis amigos, cuando salíamos, y él me pidió que cambiara. Cuando murió, me sentí perdido. Me hundí más, lo vendí todo, discutía con mi mamá constantemente, probé cosas más fuertes…».
—¿Encuentras aquí la ayuda que necesitas?
—Es una suerte estar aquí. Al principio no quise quedarme… Vi a otros muchachos con la ropa de andar aquí, me explicaron que debía dejar a un lado mi celular y otras cosas. Pensé que sería muy duro y no quise, pero pensé con calma y al otro día, temprano, bajo un aguacero terrible, yo estaba en la puerta.
«Comprendí que era imprescindible para mi mejoría. Gracias a mi estancia en este centro, y con la ayuda de mi doctora y otros especialistas, pude aprobar las pruebas de la universidad y estudiaré lo que quiero. Antes había desaprobado. No es bueno “enredarse” con esas cosas. Parece un juego al principio, pero no lo es».
—¿Algún consejo para quien lea tu historia?
—He aprendido que si no se escoge el camino de la recuperación, solo quedan tres: la locura, la muerte o la prisión. Y créame, no quiero ninguna de esas tres.
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Respiré profundamente. No es la primera vez que visito el Centro de Deshabituación de Adolescentes (CDA), en La Habana y con alcance nacional, cuyos 17 años de experiencia cumplidos el 5 de mayo último avalan un trabajo encomiable en la rehabilitación de pacientes con adicciones a diversas sustancias.
Son los especialistas que me reciben las personas que usted quisiera encontrarse en la vida cuando se siente desorientado, angustiado, perdido. Son esos muchachos y muchachas que allí he conocido los que me han hecho reflexionar una y otra vez. ¿Si se quiere tanto la vida, por qué lastimarla?
Pandemia afuera, realidad que sorprende
La especialista de Primer Grado en Medicina General Integral y de Primer Grado en Siquiatría, Elizabeth Céspedes Lantigua, explicó que durante esta situación inédita originada por la propagación de la COVID-19, muchos especialistas pensaron que podría incrementarse el consumo de sustancias sicoactivas, por lo que habilitaron el servicio en este centro durante las 24 horas del día a través de los espacios virtuales, incluyendo un grupo de WhastApp.
«En teoría sabemos que los adictos se relacionan mal con los eventos críticos porque tienen una vulnerabilidad de afrontamiento ante este tipo de circunstancias. Recordemos que esta enfermedad está asociada a discapacidades sicológicas. Sin embargo, no registramos incremento en el consumo, en sobredosis o en recaídas, sino todo lo contrario.
«Durante el confinamiento se fortalecieron los mecanismos de autocuidado y de protección en todos los individuos. Se produjo una unión familiar en función de eso y la comunicación mejoró en ese sentido a partir de la participación conjunta de todos los miembros del hogar, con el único propósito de no contagiarse.
«Las medidas de cierre de fronteras impidieron la entrada de sustancias adictivas y subieron los precios a la par de esa baja disponibilidad, lo cual contribuyó a disminuir el consumo.
«Además los espacios lúdicos estaban cerrados y eso tuvo un impacto significativo, porque la evolución de la enfermedad adictiva en el adolescente está caracterizada por el consumo grupal, no en soledad. Y esos espacios de placer y fiesta no estaban disponibles, por lo que eso también incidió en la reducción del consumo».
La doctora refiere que el confinamiento acentuó en materia de adicciones aquellas relacionadas con el espacio virtual, pues proliferaron fenómenos como las apuestas en línea y esa marcada dependencia a la Internet.
«Por otra parte, y eso sí es preocupante, se incrementó el consumo de cigarros y alcohol, que sabemos que fungen como drogas porteras, con lo cual no bajamos la guardia en la atención».
Nuevos desafíos
Ahora, cuando se han flexibilizado las medidas, el rebote es importante, afirma la especialista. «Si bien la epidemia fue una oportunidad para detener el consumo, realmente no fue por convicción o por sentir la necesidad de salirse de ese estilo de vida. No se generaron mecanismos saludables de afrontamiento como resultado del pensamiento crítico del paciente que anhela el cambio.
«Todo transcurrió a la fuerza, pudiéramos decir, lo cual explica que en la actualidad recibamos casos con frecuencia, porque ya tienen mayor acceso a sustancias sicoactivas y tanto tiempo de restricción ocasiona este desenfreno».
Céspedes Lantigua comenta que, como ha sucedido siempre, a la institución llegan los pacientes en la etapa precontemplativa de la enfermedad, es decir, sin que la asuman como tal, debido a la presión familiar en muchas ocasiones.
«El tratamiento se basa en la formación de motivaciones para que el paciente deje de consumir e incorpore cambios en su conducta. Le generamos ese crecimiento con un replanteo de la vida cada día, en la medida en que va comprendiendo que existen muchas razones para quererla».
Se perfilan muchos retos durante el tratamiento, agrega. «Los pacientes transitan por varias etapas desde la desintoxicación hasta la reinserción laboral, comunitaria y social. No es simple pasar de una rutina adictiva a una rutina recuperativa, y lo más importante, no es simple tampoco hacerle sentir la necesidad del cambio. Para ello nos esforzamos».
La doctora especifica que no se trata solo de dejar de consumir, porque estos pacientes poseen comorbilidades sicológicas que deben ser atendidas también. Y es vital, además, que sientan que en este centro pueden recuperarse siempre.
Les enseñamos la satisfacción que se siente cuando se logran metas, paso a paso, y no poco a poco, precisa. «Pierden el sentido de la vida, que no es lo mismo que tener deseos de morir. Por ello sus metas deben ser equilibradas y no sobredimensionadas, ancladas en lo concreto, y no tanto en sueños aderezados con fantasías».
Céspedes Lantigua comentó que los muchachos y muchachas que acuden al CDA se educan en el crecimiento espiritual en función de los valores que, muchas veces, han sido desatendidos en su núcleo familiar.
«Tal y como conocen los caminos a los que los conducen las adicciones, deben conocer los caminos de la recuperación y recuperar el sentido de vida, que se reconecten con lo mejor de ellos».
La especialista advierte que, aunque se realizarán estudios más actualizados para arribar a conclusiones más certeras, ya se ha comprobado que la edad de iniciación del consumo de drogas en los adolescentes atendidos en el CDA ronda los 13 años.
«Esto anteriormente sucedía en relación con el alcohol y los cigarros, pero vemos que se inician los adolescentes, en muchos casos, con las drogas ilegales. Ello trae aparejado que se estructure la enfermedad más rápido, y aunque no era propio del adolescente llegar al crack, ya sucede».
La especialista señala que la familia cubana, que ha sido una familia que no abandona a sus adolescentes y sus ancianos, que tiene en alto el compromiso con sus familiares, se ha desplazado a su función económica más que a su función educativa.
«Ahí está el problema mayor. La educación en valores se ha afectado; muchos de estos adolescentes están en un apagón espiritual. No tienen responsabilidad, no asumen deberes, se creen con derechos por encima de todo, son egoístas, no poseen relación alguna con el esfuerzo porque creen merecer recompensas por nada, no conocen lo que es la empatía, y ello los aboca a comportamientos que rozan, luego, en el «coqueteo» con el consumo de drogas.
«Eso se aprende en familia. La mano que mece la cuna es vital; no es la escuela la que debe instaurar esos valores, sino consolidarlos. Por eso hay que rescatar espacios de comunicación familiar, como sentarse a la mesa a comer y salir juntos, evitar los chantajes e incitar a los muchachos a que logren metas por su propio esfuerzo».
Alberto Segura Sánchez, especialista en Medicina General Integral y director de la institución, refiere que, como parte de los desafíos que impuso la pandemia, fue incorporada al tratamiento la idea de mostrarles a los pacientes, al menos uno de los caminos a los cuales conduce la adicción.
«Visitar espacios como la Sala Paredes permitía mostrarles uno de esos caminos, y pudieron comprobar que sí sucede, que no es un cuento que les hacemos. Al menos pueden entonces, si no saben lo que quieren, identificar bien lo que no quieren con sus vidas».
Céspedes Lantigua asevera que «recuperarse es un hecho extraordinario, y para ello se requiere de hombres y mujeres extraordinarios. No somos nosotros, los especialistas, sino ellos».
Solo por hoy
«Solo por hoy, recuérdalo». Le escribe el amigo que es como su hermano. «Bro, supera estas 24 horas, y luego las otras 24 horas, y así. Paso a paso, solo por hoy». Y aquel le envía por WhatsApp un emoticon que refleja un fuerte abrazo. «Gracias, bro, por tu mensaje de fortaleza. Si tú pudiste, yo podré».
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La madre le escribe preguntándole dónde está, y Daniel le responde: «Aquí, mamá, en el CDA, dando mi experiencia y ayuda al que lo necesite, brindando mi apoyo para que todos echen pa’adelante». Ella, feliz, le responde: «Qué bueno, mi niño. Qué bueno saber que estás dando lo mejor de ti».
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«Hola a todos. Llego a este grupo hoy. Quiero que sepan que soy un adicto en recuperación y me gustaría decirles que cuentan conmigo para todo lo que necesiten saber y aprender. El camino es largo, pero siempre se puede avanzar. Espero conocerlos pronto. Agreguen mi número y pueden llamarme cuando quieran».
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«Qué bien! Gente nueva en el grupo. Eso se debe al maravilloso trabajo de los especialistas del CDA. Los quiero y no les olvido. Ustedes me devolvieron la ilusión de vida que tenía y que hoy disfruto. Gracias».
Y son más, muchos más los mensajes que pueden leerse en este grupo de WhatsApp creado con el objetivo de que «la familia» del CDA crezca: los recuperados y los pacientes que se atienden en su espacio en el momento. Unos ponen su hombro para que los otros lloren, si es preciso. Cuentan sus experiencias, les muestran cómo pueden encontrar la fuerza si en algún momento se sienten débiles, y les agradecen la oportunidad de dejarlos ayudar.
«Es gratificante ver que somos como una familia, y que los que salieron del centro regresan de vez en cuando a practicar deportes con ellos, a jugar dominó, a acompañarlos en las terapias, a demostrarles que es duro superar todas las etapas del tratamiento, pero que se puede lograr», afirma la doctora Céspedes Lantigua.
Se siente en el ambiente el respeto y el apoyo mutuos. Incluso en el entorno digital. Verlos abrazarse, compartir, llamarse por teléfono a cualquier hora, regalarse el tiempo para que lo que a uno le cuesta, el otro pueda aligerarle el paso…
Lo renovador del CDA es justamente eso, además de que contribuye a la recuperación de quienes sucumben a las adicciones durante la adolescencia. Les devuelve las ilusiones, las oportunidades de verse diferentes y sobre todo el sentirse empáticos.
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«Ponernos en el lugar del otro es posible porque ya estuvimos ahí y sabemos que no es fácil. La hermandad que se crea en el CDA la origina la adversidad, la mala decisión que un día tomamos… y hay que convertir eso en algo positivo. Es como darle la mano a alguien que va aprendiendo a caminar. Sin apuro, paso a paso. Vencer las 24 horas de cada día que se presenta es ya la gran meta».